“Info-mercancía” e industria del caos: El rol de los medios de comunicación masiva en la representación de la protesta social, Luciano López Baltare

Para reflexionar sobre esta temática, nos posicionamos en un espacio que requiere algunas definiciones básicas. En primera instancia, hablar de “mercancía” e “industria” ya propone un enfoque: estudiar un aspecto de los medios de comunicación masiva ligados con su accionar en el mercado. Es en este sitio, donde se pretende analizar la presencia supuestamente excesiva de representaciones de violencia.

Según Clemente Penalva[1], “parece ser el mercado el que explica, por razones de supuesta hegemonía del consumidor, la aplicación del modelo de entretenimiento (…) a todos los contenidos y géneros mediáticos”. Esta afirmación, intenta dar una explicación al salto cuantitativo que las escenas de violencia vienen demostrando en los medio masivos de comunicación.

Según esta lógica, en una sociedad capitalista, los medios (en tanto empresas lucrativas) deben competir con sus semejantes amarrados a las mismas reglas que el mercado impone para cualquier otro ámbito de la economía. En este marco, se suele explicar que la escalada de violencia mediática, se debe a una igual escalada en la demanda de la misma (la TV le da al espectador lo que este quiere ver).

Existe lo que los estudiosos denominan el fenómeno de “atracción”, que estaría motivada, en el caso de la violencia, por una necesidad de emociones fuertes, y una mirada morbosa que se satisface con este tipo de imágenes.

La ecuación del mercado vendría a completarla la pauta publicitaria, que es la que sostiene esta estructura mercantilista de los medios masivos. Exige mediante la dinámica de poner/sacar su pauta publicitaria la supremacía de ciertos contenidos, por encima de otros.

A su vez, los medios tienen una doble necesidad que redunda en las características de la violencia representada. En primera instancia una necesidad de “economía política”, los medios masivos requieren cierto esquematismo en sus productos. Esto los vuelve más baratos y fáciles de ser reproducidos (relación con la producción en serie), y además, aquí la segunda cuestión, los vuelve de lectura universal. Generan un pacto de lectura con sus seguidores, de modo que se hacen más fácilmente vendibles en los mercados internacionales.

Penalva plantea que aún los noticieros se ven gobernados por la lógica del entretenimiento, y que abunda en ellos la representación y la sobre-representación de la violencia, configurando de este modo un tipo de información mercantilizada. Existe en ellos, un predominio de lo acontecimientos negativos, pero abordados de manera tan dinámica, que no posen profundidad alguna, ni voluntad de representar de manera compleja y completa los conflictos (amén de no mencionar las posibles soluciones, y muy pocas veces las concretas).

Esta breve descripción del los motivos que encuentran los medios masivos de comunicación a la hora de construir ciertos recortes sobre la realidad, o darle cierto formato a su ficciones, debe ser complementada con una mirada más aguda y pormenorizada de los mecanismos que estos utilizan a la hora de configurar una realidad particular. Esto esta íntimamente ligado con ciertos prejuicios de clase y con la necesidad de estas de mantener un statu quo en la sociedad que se despliegan.

En este sentido, Martín Iglesias[2] hace un interesante relevamiento en los diarios La Nación, Clarín y Crónica intentando ver los diferentes modos en que los medios masivos representan la creciente aparición de movimientos sociales con reclamos particulares. En torno a este nuevo sujeto social, estos diarios[3] (y se podría pensar en sus correlatos televisivos y radiales) construyen una imagen particular, intentando deslegitimar su accionar y sus reclamos.

La figura aquí evocada es la del “caos”. Construyen las intervenciones en el espacio público desde el perjuicio que ésta genera, eso pareciera ser lo noticiable. De este modo, se dejan de lado los aspectos más importantes de la manifestación, que serían: quién reclama, qué reclama y por qué lo hacen por estos medios.

Utilizan esquemas de análisis apoyados en el prejuicio de clase, que contribuye a demonizar al sujeto manifestante y a espectacularizar el perjuicio que la manifestación causa, con el fin de deslegitimar el conflicto.

Algunos de los argumentos recurrentes en estos operativos son: la proliferación de adjetivo descalificativos que rodean a la figura del sujeto manifestante (produciendo así, de manera forzada, una cadena significante que los asocie con la ilegalidad), la utilización hasta el hartazgo del argumento sobre la “inconstitucionalidad de los cortes” por vulnerar el derecho a circular del resto de los ciudadanos (no se tiene en cuenta aquí que los derechos sociales son vulnerados constantemente y con anterioridad al reclamo. De hecho, esta violación suele ser el motivo de los mismos), el empleo de la dicotomía civilización/barbarie, con el fin de animalizar al protestante, de degradarlo hasta lo más bajo en la escala social, etc.

Haciendo referencia a esto último, e intentando complementar la visión que justifica este modus operandi de los medios masivos desde su inserción en el mercado capitalista, sería pertinente mencionar algunos de los conceptos de Marcelo Pereyra[4] que resaltan la dimensión política de los discursos mass mediaticos. El autor dice que “Los discursos informativos pueden ser entendidos como relatos de control social en la medida en que naturalizan el accionar represivo de las agencia policiales y judiciales”, pero también pueden pensarse como “dispositivos de exclusión simbólica de los sectores sociales marginados”.

Esta propuesta, que encabeza su texto, nos da otras herramientas para hacer una lectura crítica del mensaje de los medios masivos, que resalta la necesidad de historizar los procesos en los que se ven inmersos los conflictos sociales (es decir, reponer toda su complejidad, sumando matices, voces, etc.) para una mejor comprensión de lo fenómenos.

Pereyra también encuentra en las representaciones mediáticas de la protesta social, la utilización de la figura del caos, y una construcción de la misma desde lo efectos y no desde las causas. A esto se le suma una despolitización total del conflicto. Y agrega que también “las distintas agencias del Poder sancionan la protesta. El Poder Judicial (…) en vez de proteger a los manifestantes es el primero en hostigarlos. También son cuestionados por políticos y funcionarios gubernamentales. Aún cuando durante la protesta la violencia se suele desatar a partir de represión, jueces, funcionarios y medios asignan únicamente el carácter de violentos a los piqueteros”.

Esta actuación de los medios masivos que estigmatizan a ciertos sectores y sus modos de hacer visibles sus reclamos, sumado a una sobre-representación constante de la misma, produce un estado de alarma constante en la sociedad. Este efecto, hace percibir al delito como constitutivo de lo cotidiano[5].

Si bien no esta directamente relacionado con el relato tal lo viene siendo construido, vale la pena mencionar el trabajo de Sonia Hernández García[6], y su análisis de la ubicación de la información en los medios como correlato de la segregación en el plano socio-económico.

Dice la autora que la ciudad es un gran discurso de la segregación. Todos los grandes centro urbanos generan sus zonas prescindibles (con esto hace referencia a un gran número de personas que se encuentras fuera del sistema o en sus límites, gente que vive entre la sobrevivencia y el delito). Y encuentra que este mismo mapa de situación se ve configurado en el modo en que lo medios de comunicación distribuyen las noticias, en el modo en que son dispuestas dentro de los diarios, los noticieros, etc.

Hernández García también resalta la utilización de los medios de la estigmatización del otro, de la exclusión de su voz (dando un relato único sobre los acontecimientos), de modo que prefiguran una imagen distorsionada de los demás. Nunca revelan las condiciones estructurales de los fenómenos sociales. Se da aquí una situación paradójica, los medios de comunicación masiva, en algunos casos incluyen, pues dan visibilidad a las protestas o a diferentes acontecimientos, al mismo tiempo que excluyen, pues desde su óptica estigmatizante contribuyen a reforzar los prejuicios cotidianos que recaen sobre grupos étnicos, sociales, religiosos, etc.



[1] Penalva, Clemente (2002): “el tratamiento de la violencia en los medios de comunicación”. Alternativas. Cuadernos de Trabajo Social, nº 10, pp 295-412.

[2] Iglesias, Martín (2005): “Unidad temática: expresión pública, la figura del caos”, “Recorridos de sentido” y “Aportes para un debate necesario”. En Mediados. Sentidos sociales y sociedad a partir de los medios masivos de comunicación. Cuaderno de Trabajo Nº 57. Buenos Aires, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.

[3] En este caso debe hacerse una salvedad. Más adelante en el texto, Iglesias menciona que el caso de Crónica es un tanto diferente. Si bien, en el caso que analiza, publica en tapa desde el prejuicio, abonando a la estigmatización de los grupos manifestantes, y reforzando la figura del caos que suelen presentar los otros diarios, el tratamiento de la noticia hacia el interior del mismo es más sensible a rescatar datos específicos que aportan a la comprensión del fenómeno desde otros aspectos.

[4] Pereyra, Marcelo (2005): “La criminalización mediática”. En UBA: encrucijadas, Nº 35: bueno Aires, Universidad de Buenos Aires.

[5] Para ejemplificar esto, Pereyra relata el caso de estigmatización de algunos barrios de la zona sur de la ciudad de Buenos Aires.

[6] Hernandez García, Sonia (2002): “Un acercamiento a la nota roja: la inclusión y exclusión de las clases vulnerables”. En www.saladeprensa.org, 45, julio, año IV, vol. 2.

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