“Info-mercancía” e industria del caos: El rol de los medios de comunicación masiva en la representación de la protesta social, Luciano López Baltare

Para reflexionar sobre esta temática, nos posicionamos en un espacio que requiere algunas definiciones básicas. En primera instancia, hablar de “mercancía” e “industria” ya propone un enfoque: estudiar un aspecto de los medios de comunicación masiva ligados con su accionar en el mercado. Es en este sitio, donde se pretende analizar la presencia supuestamente excesiva de representaciones de violencia.

Según Clemente Penalva[1], “parece ser el mercado el que explica, por razones de supuesta hegemonía del consumidor, la aplicación del modelo de entretenimiento (…) a todos los contenidos y géneros mediáticos”. Esta afirmación, intenta dar una explicación al salto cuantitativo que las escenas de violencia vienen demostrando en los medio masivos de comunicación.

Según esta lógica, en una sociedad capitalista, los medios (en tanto empresas lucrativas) deben competir con sus semejantes amarrados a las mismas reglas que el mercado impone para cualquier otro ámbito de la economía. En este marco, se suele explicar que la escalada de violencia mediática, se debe a una igual escalada en la demanda de la misma (la TV le da al espectador lo que este quiere ver).

Existe lo que los estudiosos denominan el fenómeno de “atracción”, que estaría motivada, en el caso de la violencia, por una necesidad de emociones fuertes, y una mirada morbosa que se satisface con este tipo de imágenes.

La ecuación del mercado vendría a completarla la pauta publicitaria, que es la que sostiene esta estructura mercantilista de los medios masivos. Exige mediante la dinámica de poner/sacar su pauta publicitaria la supremacía de ciertos contenidos, por encima de otros.

A su vez, los medios tienen una doble necesidad que redunda en las características de la violencia representada. En primera instancia una necesidad de “economía política”, los medios masivos requieren cierto esquematismo en sus productos. Esto los vuelve más baratos y fáciles de ser reproducidos (relación con la producción en serie), y además, aquí la segunda cuestión, los vuelve de lectura universal. Generan un pacto de lectura con sus seguidores, de modo que se hacen más fácilmente vendibles en los mercados internacionales.

Penalva plantea que aún los noticieros se ven gobernados por la lógica del entretenimiento, y que abunda en ellos la representación y la sobre-representación de la violencia, configurando de este modo un tipo de información mercantilizada. Existe en ellos, un predominio de lo acontecimientos negativos, pero abordados de manera tan dinámica, que no posen profundidad alguna, ni voluntad de representar de manera compleja y completa los conflictos (amén de no mencionar las posibles soluciones, y muy pocas veces las concretas).

Esta breve descripción del los motivos que encuentran los medios masivos de comunicación a la hora de construir ciertos recortes sobre la realidad, o darle cierto formato a su ficciones, debe ser complementada con una mirada más aguda y pormenorizada de los mecanismos que estos utilizan a la hora de configurar una realidad particular. Esto esta íntimamente ligado con ciertos prejuicios de clase y con la necesidad de estas de mantener un statu quo en la sociedad que se despliegan.

En este sentido, Martín Iglesias[2] hace un interesante relevamiento en los diarios La Nación, Clarín y Crónica intentando ver los diferentes modos en que los medios masivos representan la creciente aparición de movimientos sociales con reclamos particulares. En torno a este nuevo sujeto social, estos diarios[3] (y se podría pensar en sus correlatos televisivos y radiales) construyen una imagen particular, intentando deslegitimar su accionar y sus reclamos.

La figura aquí evocada es la del “caos”. Construyen las intervenciones en el espacio público desde el perjuicio que ésta genera, eso pareciera ser lo noticiable. De este modo, se dejan de lado los aspectos más importantes de la manifestación, que serían: quién reclama, qué reclama y por qué lo hacen por estos medios.

Utilizan esquemas de análisis apoyados en el prejuicio de clase, que contribuye a demonizar al sujeto manifestante y a espectacularizar el perjuicio que la manifestación causa, con el fin de deslegitimar el conflicto.

Algunos de los argumentos recurrentes en estos operativos son: la proliferación de adjetivo descalificativos que rodean a la figura del sujeto manifestante (produciendo así, de manera forzada, una cadena significante que los asocie con la ilegalidad), la utilización hasta el hartazgo del argumento sobre la “inconstitucionalidad de los cortes” por vulnerar el derecho a circular del resto de los ciudadanos (no se tiene en cuenta aquí que los derechos sociales son vulnerados constantemente y con anterioridad al reclamo. De hecho, esta violación suele ser el motivo de los mismos), el empleo de la dicotomía civilización/barbarie, con el fin de animalizar al protestante, de degradarlo hasta lo más bajo en la escala social, etc.

Haciendo referencia a esto último, e intentando complementar la visión que justifica este modus operandi de los medios masivos desde su inserción en el mercado capitalista, sería pertinente mencionar algunos de los conceptos de Marcelo Pereyra[4] que resaltan la dimensión política de los discursos mass mediaticos. El autor dice que “Los discursos informativos pueden ser entendidos como relatos de control social en la medida en que naturalizan el accionar represivo de las agencia policiales y judiciales”, pero también pueden pensarse como “dispositivos de exclusión simbólica de los sectores sociales marginados”.

Esta propuesta, que encabeza su texto, nos da otras herramientas para hacer una lectura crítica del mensaje de los medios masivos, que resalta la necesidad de historizar los procesos en los que se ven inmersos los conflictos sociales (es decir, reponer toda su complejidad, sumando matices, voces, etc.) para una mejor comprensión de lo fenómenos.

Pereyra también encuentra en las representaciones mediáticas de la protesta social, la utilización de la figura del caos, y una construcción de la misma desde lo efectos y no desde las causas. A esto se le suma una despolitización total del conflicto. Y agrega que también “las distintas agencias del Poder sancionan la protesta. El Poder Judicial (…) en vez de proteger a los manifestantes es el primero en hostigarlos. También son cuestionados por políticos y funcionarios gubernamentales. Aún cuando durante la protesta la violencia se suele desatar a partir de represión, jueces, funcionarios y medios asignan únicamente el carácter de violentos a los piqueteros”.

Esta actuación de los medios masivos que estigmatizan a ciertos sectores y sus modos de hacer visibles sus reclamos, sumado a una sobre-representación constante de la misma, produce un estado de alarma constante en la sociedad. Este efecto, hace percibir al delito como constitutivo de lo cotidiano[5].

Si bien no esta directamente relacionado con el relato tal lo viene siendo construido, vale la pena mencionar el trabajo de Sonia Hernández García[6], y su análisis de la ubicación de la información en los medios como correlato de la segregación en el plano socio-económico.

Dice la autora que la ciudad es un gran discurso de la segregación. Todos los grandes centro urbanos generan sus zonas prescindibles (con esto hace referencia a un gran número de personas que se encuentras fuera del sistema o en sus límites, gente que vive entre la sobrevivencia y el delito). Y encuentra que este mismo mapa de situación se ve configurado en el modo en que lo medios de comunicación distribuyen las noticias, en el modo en que son dispuestas dentro de los diarios, los noticieros, etc.

Hernández García también resalta la utilización de los medios de la estigmatización del otro, de la exclusión de su voz (dando un relato único sobre los acontecimientos), de modo que prefiguran una imagen distorsionada de los demás. Nunca revelan las condiciones estructurales de los fenómenos sociales. Se da aquí una situación paradójica, los medios de comunicación masiva, en algunos casos incluyen, pues dan visibilidad a las protestas o a diferentes acontecimientos, al mismo tiempo que excluyen, pues desde su óptica estigmatizante contribuyen a reforzar los prejuicios cotidianos que recaen sobre grupos étnicos, sociales, religiosos, etc.



[1] Penalva, Clemente (2002): “el tratamiento de la violencia en los medios de comunicación”. Alternativas. Cuadernos de Trabajo Social, nº 10, pp 295-412.

[2] Iglesias, Martín (2005): “Unidad temática: expresión pública, la figura del caos”, “Recorridos de sentido” y “Aportes para un debate necesario”. En Mediados. Sentidos sociales y sociedad a partir de los medios masivos de comunicación. Cuaderno de Trabajo Nº 57. Buenos Aires, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.

[3] En este caso debe hacerse una salvedad. Más adelante en el texto, Iglesias menciona que el caso de Crónica es un tanto diferente. Si bien, en el caso que analiza, publica en tapa desde el prejuicio, abonando a la estigmatización de los grupos manifestantes, y reforzando la figura del caos que suelen presentar los otros diarios, el tratamiento de la noticia hacia el interior del mismo es más sensible a rescatar datos específicos que aportan a la comprensión del fenómeno desde otros aspectos.

[4] Pereyra, Marcelo (2005): “La criminalización mediática”. En UBA: encrucijadas, Nº 35: bueno Aires, Universidad de Buenos Aires.

[5] Para ejemplificar esto, Pereyra relata el caso de estigmatización de algunos barrios de la zona sur de la ciudad de Buenos Aires.

[6] Hernandez García, Sonia (2002): “Un acercamiento a la nota roja: la inclusión y exclusión de las clases vulnerables”. En www.saladeprensa.org, 45, julio, año IV, vol. 2.

¡Que miedo sensacional! La Nación y su cobertura del delito y el crimen, por Julián Lucero

Para este trabajo se eligió el hecho policial del asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea, ocurrido el 21 de octubre de 2008, en la localidad bonaerense de San Isidro. El análisis se hará sobre la cobertura realizada por el diario La Nación, entre los días 21 y 27 de octubre. La noticia fue seleccionada ya que fue un hecho que movilizó al ambiente mediático informativo y reactivó debates sociales (como la cuestión de la edad de imputabilidad de menores o de cómo combatir la “ola de inseguridad”). En total se trabajó con 21 notas. La consulta fue realizada en el sitio web del diario y se incluyeron todas las noticias que aparecieron entre las fechas ya indicadas. Es decir, no se discriminó entre noticias impresas y las que se publicaron sólo en el portal web del matutino. Esta decisión fue tomada con el objetivo de indagar más a fondo el tratamiento noticioso de los hechos delictivos. La realidad actual del mercado informativo indica que muchos lectores acceden a la información a través de los sitios web de los medios. Con este dato en mente, se tomaron todas las noticias vinculadas al hecho que aparecieron en la página del diario.


El estudio se realizó siguiendo los ejes propuestos por el siguiente cuestionario. Cada ítem fue contestado brevemente debajo de la pregunta correspondiente para hacer más clara y precisa la exposición.



CUESTIONARIO GUÍA



1- Tema. ¿Se inscribe el delito en alguna serie? ¿En cuál?



El tema de las notas analizadas es la inseguridad. Luego del asesinato de un ingeniero en San Isidro, La Nación realizó una cobertura extensa sobre el tema en particular y sobre los issues adjuntos, como ser la inseguridad en el conurbano o la problemática del delito juvenil. No se circunscribe el tema al hecho puntual, sino que este es inserto en la serie informativa de la inseguridad, que toma diversas nomenclaturas mediáticas: “Ola de inseguridad”, “La inseguridad nuestra de cada día”, entre otras. Así, el asesinato de Barrenechea se inserta en la serie temática Inseguridad. En este caso en particular, se podría decir que existió una sub-serie ya que entre los meses de junio y julio del 2008 habían tenido lugar otros tres asesinatos en San Isidro que movilizaron la atención flotante de los medios. En la edición del 26 de octubre, en una nota titulada MARCHA EN SAN ISIDRO, se puede leer: “El crimen de Barrenechea se sumó a los asesinatos en ocasión de robo del comerciante Ernesto Mata, del ingeniero químico Carlos Regis y del abogado Enrique Friol, ocurridos entre junio y julio pasado.” Así, el diario hace referencia a la serie de asesinatos en San Isidro e inserta el caso Barrenechea en esta seguidilla de hechos. A su vez, esta sub-serie (inseguridad en San Isidro) se inserta en la serie mayor de Inseguridad en el conurbano.



2- Contextualización de la información. ¿Se reconocen motivos macro?



A lo largo de la cobertura, la información sobre el asesinato fue enmarcada y contextualizada de modos estigmatizantes y prejuiciosos. En general, fueron varias las menciones geográficas. El asesinato ocurrió en Acassuso, localidad de San Isidro, partido lindante a una villa conocida como La Cava (en la localidad de Beccar). En diversas notas se mencionó a La Cava (por ejemplo, el 21 de octubre, la nota POR LA INSEGURIDAD, DECLARAN EN EMERGENCIA EL MUNICIPIO DE SAN ISIDRO; el 22 de octubre, la noticia SÓLO UNO DE LOS DEMORADOS ESTARÍA VINCULADO CON EL CRIMEN DEL INGENIERO EN SAN ISIDRO). A estas puntualizaciones sobre La Cava, se sumaron otras referencias geográficas del Conurbano bonaerense. De esta manera, la información se ubicó en el contexto de “inseguridad” en el conurbano, lugar donde las villas o asentamientos son puntos “calientes” y “peligrosos”.


Ahora bien, este tipo de contextualización tuvo una impronta discriminatoria, ya que nunca se hizo mención de motivos macro ni estructurales. Es decir, sólo se puntualizaba que la investigación se realizaba en asentamientos del conurbano y se sospechaba de La Cava como un “aguantadero”, pero jamás se presentaron pruebas concretas de estas sospechas. Así, sólo se reprodujo un estigma social vigente de hace décadas que caracteriza al Conurbano como un “Otro” lugar peligroso y hogar de delincuentes. Lo más interesante al respecto, es que aún después de que la policía detuvo a varios sospechosos en un asentamiento de La Matanza, toda la cuestión seguía girando en torno a La Cava. Desde el primer día se estableció que esta villa era peligrosa y se exigió el establecimiento de una guardia de Gendarmería (pedido respondido por Aníbal Fernández días después). Esto muestra a las claras el estigma territorial y social que padece La Cava, ya que a pesar de que todos los allanamientos fueron realizados en La Matanza y los sospechosos también fueron detenidos en esta localidad, se seguía mencionando a La Cava como el lugar peligroso.


En ninguna de las notas trabajadas se habló de la situación de los detenidos y sospechosos. Hubo un trabajo de descripción de la familia Barrenechea, pero no se hizo lo mismo con los victimarios. Quizás, haber hecho esto podría haber indicado algún motivo macro o de fondo. La cobertura fue superficial, de tono sensacionalista y nunca se pusieron en foco las problemáticas estructurales que sufre una sociedad como la argentina, en especial, en las zonas más relegadas del Conurbano. A lo largo del tratamiento noticioso del hecho, La Nación apeló a sus lectores para que participen y opinen sobre cómo solucionar el acuciante tema de la inseguridad (el 22 de octubre, se habilitó un espacio de opinión titulado: PARTICIPACIÓN: ¿CÓMO CREES QUE DEBERÍA COMBATIRSE LA INSEGURIDAD?; el 24 de octubre, hubo otra nota basada en opiniones de lectores, titulada: LOS LECTORES DE LANACION.COM CREEN QUE NO ALCANZA CON BAJAR LA EDAD DE IMPUTABILIDAD). En estas opiniones tampoco hubo un análisis macro. En general, hubo un acuerdo en que la respuesta inmediata debía ser bajar la edad de imputabilidad. Sin embargo, es interesante lo publicado en la nota mencionada del 24 de octubre. En la misma, se recopilaron comentarios de los lectores y entre los que afirmaban que el tema de la imputabilidad no era el único camino, algunos vinculaban sinonímicamente el tema de la pobreza y la falta de educación con el delito. De este modo, incluso los que discutían la medida de bajar la edad de imputabilidad, tampoco propusieron argumentos de fondo y no pudieron exceder cierto razonamiento lineal y legitimista: la delincuencia es producto de la falta de educación y de la pobreza.


Por lo dicho, se repite que no hubo ningún reconocimiento de motivos macro sobre el tema de la inseguridad. La cobertura hizo una contextualización geográfica de los sucesos pero no ahondó en cuestiones de fondo ni propuso una reflexión sociocultural sobre el tema.




3- Tipificación de víctimas y victimarios. ¿Cuáles son los rasgos predominantes? ¿Aparecen marcas de clase?



A lo largo de la cobertura, se tipificó a las víctimas (la familia Barrenechea) bajo el modelo “Gente como uno”, gente como el lector arquetípico de La Nación. Así, desde el primer día se incluyeron galerías de fotos en las que se podía ver al ingeniero asesinado como una persona familiera, inocente, divertida. En las marchas convocadas por el hecho, los oradores (Juan Carr, el rabino Bergman y familiares de las víctimas) hicieron referencias a la excepcionalidad de los asesinados en San Isidro (refiriéndose, además de a Barrenechea, a los casos ocurridos entre junio y julio). De este modo, la cobertura tipificó a las víctimas como ciudadanos comunes, inocentes, positivos para la comunidad. Es notable como esta tipificación reactiva el par antagónico civilización/barbarie. En una nota del 27 de octubre, se mencionan los textos de dos pancartas sostenidas por manifestantes de una marcha por la inseguridad. Las mismas decían: “BASTA DE VIOLENCIA EN NUESTRA CIUDAD” y “NO SIEMPRE LAS COSAS LES PASAN A LOS DEMÁS”. Pareciera que el problema es que la violencia se ubique en nuestra ciudad y que afecte a nosotros. En su participación, Juan Carr afirmó que les habían quitado a otro vecino. Es decir, mataron a uno como nosotros.


Aquí es pertinente retomar las propuestas de Pereyra en su trabajo “Cartografías del delito, territorios del miedo”. En este texto, el autor afirma que en las noticias policiales se vincula al crimen con la peligrosidad generalmente atribuida a determinados espacios urbanos. El rasgo más novedoso de este trabajo es su foco en la territorialidad: a diversos espacios (como villa La Cava en el caso de referencia) se les asigna el rótulo de peligrosos (más aspectos de este punto fueron detallados en la pregunta 2). Pero la queja de los vecinos, retratadas en las notas periodísticas, no pedían eliminar la peligrosidad de esa zona, sino que buscaban protección, buscaban que no haya roces ni cruzamientos entre los habitantes de esos lugares (los otros) y los del barrio (nosotros). De este modo, el problema no es la pobreza ni la coexistencia entre ricos y pobres. La cuestión pasa por la cercanía, por tener pobres cerca, por tener a otro a nuestro lado. Por eso mismo, el problema de la violencia como puede inferirse de la pancarta citada arriba, es que la violencia esté cerca del nosotros.


Los rasgos predominantes de las víctimas concretas, reales y también de los victimizados, fueron: su excepcionalidad humana, su calidad cívica, su buen humor, inocencia, ser familieros. Como hipótesis, podría plantearse que la extensa cobertura ofrecida por La Nación a este asesinato se debe a que el protagonista era un tipo de persona y ciudadano que concordaba con el lector modelo del diario. Si efectivamente esto fuese así, el contrato de lectura de La Nación sería una clave para entender el porqué de una tan extensa y productiva cobertura. Aquí podrían aparecer las marcas de clase: con el asesinato de Barrenechea, como se mencionó, se mató a “gente como uno”. Los sectores de clase media/alta reaccionaron con fuerza frente al hecho. Lo mismo había ocurrido con Axel Blumberg. Su padre, Juan Carlos, acompañó las marchas de la comunidad sanisidrense. Hubo una suerte de comunión de intereses de los sectores dominantes y hegemónicos, ya que sus integrantes estaban en peligro por algunos “Otros” que venían de las villas o de las zonas postergadas del Conurbano. Lo notable, como último comentario, es que estos mismos sectores no se movilizan frente a los hechos de inseguridad ocurridos en localidades más pobres. No hay marchas de sectores medios/altos reclamando la aparición de Luciano Arruga. En este tipo de datos se pueden ver las marcas de clase.


Respecto a los victimarios, fueron varias las menciones a su calidad de menores habitantes de villas. En la nota del 26 de octubre, REVELÓ UN DETENIDO CÓMO ASESINARON AL INGENIERO BARRENECHEA, se dice lo siguiente:



Según establecieron los investigadores, después de asaltar y asesinar al ingeniero, los malvivientes robaron en tres casas de San Isidro en menos de una hora y media. En ese raid delictivo, la banda, integrada por cinco ladrones de entre 15 y 18 años a los que les gustaba sacarse fotos con sus armas para luego enviárselas entre sí a los celulares…”.



Los victimarios son menores insaciables por robar y con ciertas características irracionales o peligrosas, como lo deja entrever el hecho remarcado de que se sacaban fotos con sus armas. Estos menores son provocativos, violentos y se ufanan de serlo. En la crónica de los hechos que se ofrece en la nota, se focaliza más el carácter violento e impune de estos menores, quienes asesinaron al ingeniero a quemarropa.


Los rasgos predominantes de la tipificación de los delincuentes fueron: el hecho de ser menores de edad, irracionalidad, impunidad, violencia, peligrosidad. Las marcas de clase se explicitaron, por ejemplo, en una nota del 27 de octubre, titulada LAS PRUEBAS INEQUÍVOCAS DEL TEMOR, en la que se dice que la inseguridad no es una sensación y que “la paz se escapa sin remedio por los agujeros negros del conurbano bonaerense”. Además, desde el principio de la cobertura se establecía a La Cava como el lugar sospechoso y peligroso, incluso cuando los detenidos eran de La Matanza. Así, se reprodujo el estigma de clase sobre el asentamiento La Cava. Luego, los participantes de las manifestaciones eran vecinos y la gente, colectivos que no incluían a los habitantes de La Cava ni de lugares más postergados de la zona. Ya fue puntualizado más arriba cómo sigue presente la matriz civilización/barbarie y la tipificación de los delincuentes también da cuenta de esto.



4- Ubicación del enunciador. ¿Hay un enunciador tipo?



En la cobertura del hecho de referencia, el enunciador, esto es, el diario La Nación y su línea editorial, se ubicaron como portadores de racionalidad y como portavoces de las problemáticas que más aquejan a su lectorado de clase media/alta. El diario tomó una postura que lo ubicó como la voz de los vecinos, de los familiares de las víctimas de la inseguridad. Pero eso sí, de las víctimas de la inseguridad de cierta zona (San Isidro), pertenecientes a los sectores más ricos y dominantes de la sociedad. Desde esta posición, la enunciación del diario construyó un mundo posible dicotómico, en el cual los “buenos vecinos” y los ciudadanos comunes estarían amenazados por la ola de inseguridad, cuyos motivadores son los habitantes de asentamientos populares o personas provenientes de zonas “peligrosas” del conurbano. Esta narración del mundo que ofrece La Nación implica, como ya se dijo más de una vez, la reproducción de estigmas y divisiones sociales entre ricos y pobres, entre “la gente” y los otros. El enunciador mediático hace propio el reclamo por más seguridad y lo apoya diariamente. Un caso vinculado a esto roza el humor negro pero es interesante de remarcar. El 21 de octubre, el diario publica en los Obituarios un mensaje de amigos de la familia Barrenechea, en el que se dice que el ingeniero murió por la sensación de inseguridad. El diario no sólo publicó esto en la sección correspondiente, sino que en su sitio web lo resaltó y colocó como noticia autónoma. Así, el diario se sumó, en su enunciación, a las críticas que sostienen que la inseguridad no es sólo una sensación. El enunciador se ubica, a fin de cuentas, como portavoz de estos sectores que se sienten particularmente atacados por las franjas más pobres de la sociedad.


Los diversos enunciadores empíricos del diario sostienen que la situación no da para más, que la “ola de inseguridad” es irrefrenable, que el Conurbano es tierra de nadie. Toman una posición moralizante y proponen algunas medidas para combatir esto, aunque en realidad, la cuestión pasa por bajar la edad de imputabilidad. Si bien se remarca la necesidad de mayor inclusión y educación, estas menciones tienen un tono más bien de corrección política antes que convencimiento ideológico, ya que se tomen las medidas de fondo que se tomen, lo más urgente es hacer imputable a los menores a partir de los 14 años.


El tipo de enunciador es variable. Por momentos, es un enunciador testigo, que presencia los hechos en una marcha y replica los comentarios de los vecinos; en otras ocasiones, el enunciador se presenta omnisciente y es capaz de contar los diálogos exactos en el momento del crimen; finalmente, hay notas como la de Graciela Guadalupe, del 27 de octubre, titulada LAS PRUEBAS INEQUÍVOCAS DEL TEMOR, en la que la redactora parece ser una familiar de las víctimas de inseguridad. En esta nota es como si la mediación periodística desapareciese y estuviera escribiendo alguno de los asistentes a las marchas por la inseguridad. Es decir, hay total identificación entre el enunciador y el destinatario, hasta tal punto, que sus discursos son indistinguibles.


La ubicación general del enunciador, en este caso, se caracteriza por ponerse del lado de la ley, del respeto a la sociedad instituida, a los vecinos y buenos ciudadanos. Se hacen diferencias entre “la gente” y los Otros, victimarios de familias como los Barrenechea. Frente a “la gente” estarían los “malvivientes”, categoría rica para ser analizada en profundidad, ya que establece que hay modos de vivir que están mal, gente cuya vida es mala. Ahora bien, ¿quién y cómo establece el “bienvivir”? El enunciador, a fin de cuentas, se ubica como un “buenviviente” asustado por la inseguridad.



5- Construcción del ámbito criminal, de la naturaleza del crimen y del o los criminales. ¿A qué imaginarios o representaciones sociales remite?



La construcción del ámbito criminal que realizó La Nación lo constituyó como un espacio marginal, a los costados de los barrios civilizados. Las referencias a la procedencia o escondite de los delincuentes siempre marcaron a las villas y zonas postergadas del Conurbano como los lugares más peligrosos y factibles de dar asilo a los malvivientes. Así, remite al imaginario social que señala a los asentamientos como los espacios más inseguros y peligrosos. Las villas son representadas socialmente como lugares anárquicos o, mejor dicho, con un tipo de organización no racional, en donde las problemáticas se solucionan de modos no entendibles para los ciudadanos de barrios residenciales.


En el caso del crimen de Barrenechea sucedió que el hecho fue un ejemplo del imaginario más terrible para las personas: que delincuentes irrumpan en el hogar y pongan en peligro a la familia (este miedo sólo es superado por el miedo de las mujeres a ser violadas). La naturaleza de este crimen, de este asalto en el espacio privado y el asesinato a sangre fría, despierta la representación social de que ya no hay lugar seguro, de que todos podemos ser víctimas, que todo está perdido ya que ni siquiera en el hogar uno puede estar seguro. Una vez franqueada esta barrera, ya no quedan más barreras.


Respecto a los criminales, en los últimos años se ha construido e impuesto fuertemente el imaginario que vincula de modo directo al crimen con la minoridad. El asalto a Barrenechea y su asesinato en manos de menores de entre 15 y 18 años, puso este imaginario en el centro de la escena y reavivó los debates en torno a modificaciones en la ley penal. Este tipo de criminales son representados como jóvenes perdidos, violentos y que no dudan en matar a quemarropa a quien sea con tal de alcanzar su objetivo delictivo. Son irracionales y se manejan por las afueras de la civilización, por lo que es necesario mostrarles el buen camino y el buen-vivir. Por eso, junto a las consolidadas propuestas represivas, se encuentran las más legitimistas que establecen que estos jóvenes deben ir al colegio y hacer algo de sus vidas (como si no hubiera delincuentes mayúsculos con altas distinciones universitarias y educativas).



6- Construcción del verosímil.



El punto más notable en toda la cobertura es la recurrencia de las mismas fuentes. Siempre se recurre a fuentes oficiales, policiales, judiciales o cercanas a la investigación. Las otras fuentes utilizadas son familiares de víctimas o vecinos indignados por los hechos. Como bien dice Gomis, toda fuente es interesada y la lectura inteligente de un medio implica cuestionar por qué la fuente quiso que algo se publicase. Parte de la construcción del verosímil estriba es citar fuentes informativas y en identificarlas. En estas noticias analizadas, se identifica al jefe y la subdirectora de la DDI de San Isidro, al Intendente Posse, al Gobernador Scioli, al Ministro Stornelli y a fuentes policiales (de las cuales no se dan los nombres).


Otra estrategia en la construcción del verosímil es la narración en detalle de los hechos y del lugar de los hechos. En la nota del 21 de octubre se dan datos exactos vinculados al hecho: “El hecho ocurrió alrededor de las 7 cuando el ingeniero supuestamente abrió el portón de hierro de su casa -de la calle Perú 725, entre la Avenida del Libertador y Pedro Goyena, de la localidad bonaerense de Acassuso”. En otra nota, del 26 de octubre, se recurre a la dramatización y ficcionalización de los hechos:


Callate si no querés morir. ¿Dónde está tu patrona?’, le dijeron a la empleada doméstica mientras le apuntaban a la cabeza con la pistola calibre 45 plateada. (…) Al llegar a la planta alta redujeron a Barrenechea, a su esposa y a sus cuatro hijos. Después de guardar todos los objetos de valor en una mochila negra de corderoy gastado, uno de los delincuentes le gritó a Barrenechea: ‘¡Dame más guita o secuestro a tu hijo!’ ‘Ya te di todo lo que tengo, llevate todo lo que quieras, no le hagas nada a mi familia’, respondió el ingeniero, mientras se ponía delante de uno de sus hijos” (el remarcado es nuestro)


En la nota del 25 de octubre, APRESAN AL PRESUNTO ASESINO DEL INGENIERO, la narración se torna más detallista aún


Eran las 6.53 y Barrenechea y su familia dormían en los dormitorios de la planta alta. Entonces, los asaltantes subieron con la empleada y, a punta de pistola, encerraron a la familia Barrenechea en una de las habitaciones. Mientras le exigían al ingeniero que les diera más dinero, uno de los delincuentes amenazó con matar a una de sus hijas.


En ese momento hubo un forcejeo. Barrenechea habría intentado impedir que lastimaran a su hija y uno de los delincuentes le disparó cuatro balazos. Mientras que otro de los disparos hirió a su hijo en un hombro.


Luego de asesinar a Barrenechea, los delincuentes huyeron en un Volkswagen Gol, color gris, con vidrios polarizados” (el remarcado es nuestro)



Esta dramatización demuestra los viejos y constantes vínculos que tiene la nota roja con la narrativa policial de ficción. Las palabras remarcadas en negrita dan cuenta de los detalles que brinda el diario para construir su verosímil.


A estas estrategias se suma el uso de fotografías, mapas y estadísticas. En varias notas se ofrecen al lector fotografías del ingeniero asesinado y un mapa que señala el lugar exacto donde ocurrieron los hechos. El 24 de octubre se publicó la nota CRECIERON 27% LOS DELITOS DE MENORES, en la que se dan cifras exactas de cuántas causas se abren por día y se puntualiza el caso de San Isidro. Además, en otras notas se incluyen videos de entrevistas a vecinos de la zona que opinan sobre lo sucedido. En la nota del 21/10, está el primer video, titulado “Los vecinos del miedo en San Isidro” (que luego es reutilizado en otra nota del 25/10), que incluye imágenes del frente de la casa de Barrenechea y del barrio. Con un micrófono con la insignia LN se entrevista a vecinos (el periodista no aparece) para que cuenten cómo se enteraron de los hechos y qué opinan de la inseguridad. Un testimonio interesante, por ejemplo, es el de una empleada doméstica que dice que mientras exista gente a la que no le guste el trabajo, existirán estos problemas de inseguridad. La gente que trabaja honradamente, sentencia, seguirá sufriendo esto. Así también se consolida el verosímil, ya que no sólo se da cuenta de la presencia en el lugar, sino de la utilización de la palabra de los vecinos. Esta es otra fuente de información, pero nunca es incluida en los cuerpos textuales de las noticas.



7- Caracterización de la ley. ¿Hay evaluación de parte del medio sobre el accionar policial?



En esta cobertura, a la ley se la caracteriza como propiedad de la policía y las autoridades. Respecto al accionar de la fuerza policial, La Nación destaca el accionar policial (como en la nota del 21, POR LA INSEGURIDAD, DECLARAN EN EMERGENCIA EL MUNICIPIO DE SAN ISIDRO) por su organización de un amplio rastrillaje y mientras fueron pasando los días, se daba cuenta de los distintos allanamientos y avances en la investigación. En la nota DETUVIERON AL PRESUNTO ASESINO DEL INGENIERO (24/10), se puede leer: “La investigación por el asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea logró avanzar fuertemente durante la madrugada de hoy, después de que las autoridades confirmaran a lanacion.com­­­­­­­­­­­­ [resaltado en el original] la detención del presunto autor material del hecho en el marco de un operativo en la villa de emergencia Puerta de Hierro”. No hubo crítica alguna ni cuestionamiento a los procedimientos policiales.


La única salvedad que se debe hacer respecto a la opinión de las fuerzas de seguridad es la insistencia del diario respecto al hecho de la retirada de los efectivos de Gendarmería que patrullaban los alrededores de villa La Cava. En la nota del 22/10, SÓLO UNO DE LOS DEMORADOS ESTARÍA VINCULADO CON EL CRIMEN DEL INGENIERO EN SAN ISIDRO, se dice que el Intendente de San Isidro vincula el hecho con el retiro de la gendarmería. La Nación recalca este retiro varias veces, hasta que el 23/ 10 (UN DETENIDO POR EL CRIMEN DEL INGENIERO) afirma que, por órdenes de Aníbal Fernández, la gendarmería permanecería en La Cava. Es decir, la crítica que se dejaba entrever era la falta de acción y presencia represiva de la gendarmería en torno de una zona catalogada como peligrosa.


Finalmente, respecto a las manifestaciones de los vecinos en reclamo de mayor seguridad, el diario las cubrió sin criticarlas ni definir que eran contrarias a la ley por impedir la libre circulación. Estas protestas en particular no generaron caos de tránsito. De esta manera, podría aventurarse que la ley fue caracterizada también como siendo portada por los buenos vecinos y ciudadanos.



8- Reflexiones sobre el crimen y la sociedad.



A lo largo de las más de veinte notas analizadas no hay ninguna reflexión de fondo sobre el tema del crimen, la sociedad y cuestiones estructurales. En general la cobertura fue de tono sensacionalista y superficial, recurriendo a los argumentos vulgares de ola de inseguridad y al razonamiento facilista y legitimista de igualar a la pobreza y juventud como delincuencia.


El crimen de Barrenechea, para la cobertura del diario, es una muestra más de la realidad insufrible que se vive en el Conurbano bonaerense. El asesinato es lo contrario de lo inaudito o extraño, sino que es un ejemplo más del avance irrefrenable de la violencia social. Este tipo de hechos dicen que la sociedad está desmembrada y que los lazos que antes fortalecían la educación y empleo, ya no existen. Sin embargo, si bien esto está implícito en las notas, no hay ninguna referencia a los hechos históricos, políticos, económicos y sociales que provocaron el actual estado de situación. De este modo, la inseguridad parece ser un flagelo, un castigo divino, proveniente de “afuera”, de algún “Otro”. La lógica que ordena este tipo de pensamiento se asemeja al Dios maligno cartesiano: hay alguna instancia suprahumana y supracultural que nos atormenta. Esta es una manera poco sutil de legitimar los pedidos de represión y mayores castigos a los delincuentes. De esta manera, la reflexión sobre el crimen es demasiado pobre y repetida. A pesar de que un estudio del crimen y aumento de la violencia podría funcionar como disparador de reflexiones de fondo y estructurales, el diario no lo realizó.


El crimen es catalogado como un hecho ya típico en la cotidianeidad argentina. No sorprende un asesinato más. Este caso, como se dijo antes, fue muy impactante debido al estatuto de la víctima: hombre de clase media/alta, profesional, padre de familia, buen tipo… Podría pensarse que la reacción de los vecinos y de los lectores de La Nación fue una reacción de clase, que podría explicarse como ejemplo de la economía moral de la que hablaba E.P. Thompson. En la economía moral de la protesta social lo central es la violación de cierto límite moral de clase que no es concebible transgredir. Según el autor, dicho groseramente, las clases populares no protestan por tener hambre, ya que de ser así, protestarían siempre. La protesta social debe estudiarse teniendo en cuenta aspectos morales. Son estos aspectos morales los que a veces tiñen de conservadurismo la manifestación popular o callejera. Esto último se dio en el caso de referencia analizado: las protestas de los vecinos no fueron en reclamo de mayor inclusión social, de socializar los medios de producción o garantizar la igualdad de posiciones universal. En cambio, estos sectores manifestantes, acompañados por la cobertura mediática de La Nación, tomaron las calles, protestaron y gritaron para exigir represión y más policía.




REFLEXIÓN PERSONAL FINAL



Las paradojas siempre funcionan como interesantes puntos de análisis. Despiertan el aletargamiento de la cotidianeidad y ponen en jaque los sentidos instituidos e impuestos como comunes. No puede dejar de sorprender el hecho de que la labor periodística en general sea calificada como cobertura. La Real Academia da diversas definiciones de este concepto, como por ejemplo: cubierta (para tapar o resguardar algo); Cantidad o porcentaje abarcado por una cosa o una actividad; en el fútbol y otros deportes, línea defensiva; Acción de cubrirse (prevenirse de una responsabilidad). De acuerdo a estas definiciones, la cobertura nunca puede implicar totalidad sino que es siempre representativa de algo en cierto porcentaje, una parte de un todo y se puede utilizar para taparse, cubrirse o defenderse. Sería interesante plantearle esto a cualquier editor de un gran medio masivo para discutir su concepción de objetividad. La cobertura periodística implica selección y, por ende, conlleva tapar y ocultar otras cosas. Y también supone defenderse o prevenirse algo.


La cobertura analizada, entonces, cubre la realidad, la recorta y visibiliza una cierta porción de los hechos. Al hacer esto, propone una narración particular del mundo, creando lo que Rodrigo Alsina (retomando a Eco) denominaría un mundo posible. Las notas analizadas dan cuenta de la estrategia principal utilizada por el diario para cubrir la noticia, que es la explotación de la retórica sensacionalista. En vez de tomar una posición más distante y crítica, La Nación recurre a esta retórica y apela a las emociones y a lo sensacional como vía de escape para no ahondar en un análisis estructural del tema.


En lugar de analizar posibles causas que den cuenta de la “ola de inseguridad”, la cobertura insiste en la nota roja y sentimentalista. De acuerdo con Míguez e Isla, el retroceso del Estado en las últimas décadas en tanto proveedor de bienes y servicios, puede explicar en alguna medida el aumento de las tasas delictivas y de violencia social. En consonancia con ellos, Kessler y Gayol también afirmarían esta hipótesis. Pero el punto central que todos estos autores comparten es que consideran que tanto las representaciones sociales del delito como de la violencia son entendidas y abordadas de acuerdo con los discursos mediáticos. Con este aporte, la cobertura superficial y sensacionalista del diario cobra aún mayor peligrosidad. Los medios deberían reconocer este poder que tienen de influir en la agenda de los públicos y en la reproducción de imaginarios sociales. El aspecto melodramático de las coberturas periodísticas, como diría Iglesias, no colabora a tener una comprensión cabal o más profunda sobre los hechos narrados.


Siguiendo a Barbero y Rotker, es interesante abordar la cuestión del miedo en la ciudad a partir de la información mediática. Los medios (como podría argumentarse desde la hipótesis de agenda setting) han logrado imponer la agenda del crimen y la violencia delictiva en la sociedad, creando así ciertos estados de ánimos sociales que podrían resumirse en la noción de “sensación de seguridad” que fortalecen el denominado pánico moral (Hall) o la angustia cultural (Kessler y Gayol).


La cobertura de La Nación, como conclusión, tuvo ribetes sensacionalistas varios y no realizó un trabajo reflexivo profundo. Este tipo de cobertura construye y consolida la sensación de inseguridad ciudadana. Esto puede verse en un caso concreto: en la nota del 27 de octubre, EN SAN ISIDRO UNA MULTITUD CLAMÓ CONTRA LA INSEGURIDAD, se incluyen al final cuatro testimonios de familiares de víctimas de la inseguridad, cuyos casos nada tienen que ver con la marcha. Pero estos testimonios funcionan de modo inductivo: a partir de ellos, insertos en el marco del asesinato del ingeniero, se refuerza la idea de “ola de inseguridad”. Este tipo de razonamientos carece de argumentaciones válidas y lógicas. Lo más grave es lo que ya se dijo, que influyen fuertemente en las representaciones sociales de la ciudadanía y reproducen estigmas y prejuicios, consolidando a la violencia como modo de relacionarse, ya que los que se sienten interpelados por esta “ola delictiva” exigen más policía, gendarmería y represión.


El final es abierto. En uno de los videos subidos por el diario a su sitio web el 21 de octubre, aparece un hombre que dice que la inseguridad no es ninguna sensación. Luego, afirma que todos los días hay muertos y esgrime la siguiente tesis: será porque estamos más informados. Maravilloso resumen. ¿Será el exceso de información el que nos hace creer que cada día hay más asesinatos y hechos violentos? En la cobertura de referencia se publicaron 21 noticias del mismo hecho en siete días, o sea, un promedio de tres (3) notas dedicadas a un mismo hecho por día. El asesinato de un ingeniero ocupó toda una semana de uno de los diarios más importantes del país. Además de las marcas de clase que esto implica (no cualquier asesinato ocupa las páginas de un diario como La Nación), lo interesante es el debate paradójico (una vez más la paradoja) que plantea el testimonio del vecino: ¿hay más violencia y delito? ¿No se puede salir a la calle porque efectivamente todo es peligroso y no se puede confiar en nadie? ¿O no será que al estar bombardeados por información repetitiva cada día queda la sensación de miedo instalada? La paradoja es que justamente el hombre dice que hay muertos todos los días y que la violencia existe pero luego dice que esta sensación es porque se está más informado. ¿Entonces? Como se dijo, el final es abierto. Como primer paso, los medios deberían abandonar el bombardeo informativo. En un bombardeo no se puede pensar. Sólo se puede correr en busca de refugio y lugar seguro. Ahora bien, si las bombas informativas dejaran de caer, quizás el panorama se aclare, el polvo mugriento se esfume y se pueda, de una vez por todas, hacer un análisis serio y justo sobre la situación.

La cobertura de la protesta social: ¿periodismo objetivo o subjetivación periodística?, por Mauro Parra

Un tema recurrente que surge de la cobertura que un sector mayoritario de los medios de comunicación hace de los sucesos de protesta social es si en verdad estos informan de forma objetiva o bien forman parte de lo que algunos autores denominan criminalización de la protesta, entendida como una de las formas para evitar la politización de lo social, es decir, para evitar pensar lo social desde el conflicto.[1] Para desentrañar esta problemática, se expondrán los recorridos conceptuales que distintos autores hacen en relación a este tema y que permiten reflexionar acerca del fenómeno de la protesta desde un paradigma del conflicto, siguiendo el planteo de Esteban Rodríguez.

El análisis parte de la visualización de dos videos que exhiben, por un lado, lo que se conoce como la “Masacre de Avellaneda” y, por otro lado, el seguimiento minuto a minuto de los acontecimientos ocasionados por el corte en el servicio de los trenes en la estación Castelar.

Un primer aspecto a tener en cuenta alrededor de los hechos de violencia es la manera en que estos son contextualizados. En muchos medios se tiende a asociar problemáticas que a veces presentan características similares y que en otros se trata de fenómenos irreconciliables porque los protagonistas no son los mismos y las causas que les dieron origen son distintas. La acción de asociar distintos fenómenos bajo una misma mirada genera el sobredimensionamiento de los acontecimientos, dando como resultado una representación distorsionada de la realidad. En el caso de los dos hechos de protesta analizados lo que se observa es, siguiendo a Penalva, una “sobrerrepresentación de la violencia” por parte de los medios de comunicación que responden a la exigencia de la progresiva mercantilización de la información. “Los medios de comunicación tienden a exagerar el verdadero peligro que determinadas clases o grupos (delincuentes, terroristas) tienen para la sociedad.”[2] Es un mecanismo de argumentación utilizado por los medios de comunicación que busca conmover y/o conmocionar al espectador. El peligro de espectacularizar hechos que son violentos consiste en la imposibilidad de inteligir la naturaleza del acontecimiento. En el caso de la protesta que tuvo lugar el 26 de junio de 2002 en las inmediaciones de la estación ferroviaria de la ciudad de Avellaneda, los grupos piqueteros integrados por movimientos de trabajadores desocupados que reclamaban un aumento general del salario, la duplicación en el monto de los subsidios para los desocupados, entre otras reivindicaciones, sus protagonistas fueron estigmatizados por los periodistas de Clarín que cubrían los hechos acusándolos de desestabilizar el orden social. En un primer momento, se los posicionó como los sujetos violentos que irrumpieron como una muchedumbre embravecida, armados con palos, piedras y gomeras provocando el caos social. Este es, siguiendo a Pereyra, “un dispositivo de exclusión simbólica de los sectores sociales marginados”[3] que ya han sido excluidos económicamente en la Argentina y apartados de la vida política, criminalizando y sancionando su acción de protesta. Tanto Iglesias como Teijeiro dan una idea de cómo la narración que los medios hacen de los sucesos de movilización social construyen un imaginario de desborde social, una situación de caos. Por ejemplo, el análisis que Iglesias hace de las editoriales del diario la Nación enfatiza el proceso de deslegitimación de la protesta que lleva a cabo el periódico, presentando a los piqueteros a partir de la recuperación de la antípoda civilización-barbarie postulada por Sarmiento allá por el siglo XIX y describiendo a estos actores como salvajes, conducidos por su irracionalidad y constituyéndose así en enemigos de un orden social constituido.[4]

Otro elemento fundamental a tener en cuenta para entender la cobertura mediática de hechos violentos consiste en identificar el lugar desde el cual el enunciador relata los hechos. La propuesta de Rodríguez supone la idea de un periodismo que reponga la historicidad de los fenómenos, es decir, desde un paradigma del conflicto que inscriba a la realidad en la historia. En su lugar, lo que acontece tanto en los relatos del corte del Puente Pueyrredón como así también de la protesta de los usuarios en la estación Castelar es “la subjetivación del periodismo de consenso”[5], lo que supone pensar a la sociedad desde la legalidad de turno, sin dar cuenta de las desigualdades sociales y descontextualizando la realidad de la historia. Así, el periodista convierte a la noticia en un espejo de su subjetividad, exagerando el sentido de los acontecimientos y cautivando al espectador a partir de su narración sobrecargada de dramatismo. Es el caso del periodista de C5N que hace un llamado a la reflexión y dice “¡Ah, están tocando la bocina! A ver si nos entendemos, la formación está siendo conducida por los pasajeros”, cuando lo que mostraban las imágenes era un servicio totalmente detenido.

En relación al rol desempeñado por los periodistas y los movileros en la cobertura de la protesta social, resulta ejemplificadora la sentencia que enuncia Rodríguez en relación a la manera en que concibe al periodismo moderno: “El periodismo contemporáneo no es un periodismo sobre el saber, sino sobre el poder; no se abordará solamente la búsqueda de la “verdad”, sino que tratará de “presionar”, imponer sanciones (…). Esto último se relaciona con la caracterización que los periodistas hacen de la ley y en qué actores la ven representada. En la protesta piquetera, la ley está representada, en un primer momento, en las fuerzas policiales a las que se dirige el periodista de canal 13, Julio Bazán, como “la autoridad con hidalguía y decisión venía a dar un escarmiento.” Dos días más tarde, y ante la evidencia de que Maximiliano Kosteki y Darío Santillán pertenecientes al Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) Guernica y el MTD Lanús, respectivamente, habían sido asesinados producto de la represión con balas de plomo por un operativo conjunto entre la Policía Federal, la Policía Bonaerense, la Gendarmería y la Prefectura, el medio se vio obligado a condenar el asesinato comandado por el comisario inspector Francchiotti y calificar de “inoperantes, incapaces y criminales” a quienes habían sido responsables de aquellos homicidios. Es decir, en un primer momento se trataba de “La crisis que causó dos muertos”; la violencia se localizaba en los manifestantes y la policía cumplía su deber para restablecer el orden y así proteger a los ciudadanos comunes que transitaban por esa zona y sufrían el efecto de los gases lacrimógenos. Al final (tan sólo dos días después), la policía desplazó a los manifestantes como los responsable de los hechos violentos. Algo similar ocurre en la protesta de los usuarios de la línea Sarmiento que, en un primer momento, eran representados como las víctimas de un nuevo desperfecto en el funcionamiento del servicio del ferrocarril y tanto periodistas como movileros argumentaban que el descontento era producto de una situación cotidiana que debían padecer los pasajeros quienes llegaban tarde a sus trabajos perdiendo el presentismo. Los periodistas reconocían su enojo y se preguntaban si la empresa les devolvería el dinero del boleto a los usuarios. Sin embargo, esta lectura de los hechos no profundiza las causas estructurales que ocasionan las demoras y las deficiencias en la prestación del servicio y se limitan a cuestiones superficiales como la devolución del dinero al usuario. En un segundo momento, cuando se producen los incendios de las formaciones, los pasajeros pasan a ser condenados como los responsables de que el servicio no pueda ser restablecido. En este sentido, el relato exaltado de los periodistas y movileros es acompañado por un llamado al orden. El periodista de TN le pregunta al movilero “¿sigue sin haber presencia policial?”, como también lo hace su colega de C5N “Ya van dos horas y la policía no aparece.” En este sentido, y con un ánimo exultante frente a la llegada de la policía, el periodista de C5N comienza a preguntarse si por los hechos de “vandalismo y los incidentes hay algún detenido”. En este momento, lo que se observa es una asimilación de la protesta con el delito y lo que en un principio fue descripto como una protesta espontánea pasó a representar un mecanismo racional de protesta donde se afirma que los que participan de los destrozos “tienen conocimiento de cómo hacer que la violencia crezca.”

La noticia, así, deja de ser un reflejo de la realidad y se convierte en un espejo de la subjetividad del periodista. Es además acompañada por herramientas audiovisuales que ayudan a adornar el relato de ficción mediante el montaje de imágenes, dividiendo la pantalla y mostrando la “explosión de la furia de los pasajeros” con imágenes en vivo y grabadas y con una música de guerra que tanto en la protesta de los trabajadores desocupados como en la de los pasajeros del tren crea un clima de tensión que impide una comprensión de los acontecimientos fundamentada en argumentos que busquen convencer, y más bien suponen la idea de un estereotipo que iguala pobreza con violencia. “A base de repeticiones frecuentes se configura la imagen del pobre delincuente y violento, en varias ocasiones adicto, provocador del caos.” (Hernández)[6] La imagen del hombre bebiendo una bebida alcohólica es un ejemplo claro de lo que intenta explicar Hernández, dando la idea de que el hombre no busca solucionar el problema que lo aqueja, sino que se ajusta al prejuicio del movilero que sostiene que las manifestantes se están divirtiendo, ocultando a los verdaderos responsables del mal funcionamiento de los trenes, es decir, las empresas concesionarias del servicio de los ferrocarriles que no invierten en el mantenimiento de las formaciones y de las vías. “(…) El movilero es alguien que mueve la realidad hasta aproximarla a su imaginario.”[7]

Para terminar, en los relatos también pueden rastrearse marcas reconocibles de la apelación al televidente. El caso más explícito es el de TN que convoca a sus televidentes a través de la sección “TN y la gente” para que suban sus videos o fotografías desde el lugar de los hechos. También existe una intención de la movilera de C5N de generar empatía con los televidentes al señalar que el mal funcionamiento de los trenes es cuestión de todos los días y que “la gente necesita viajar.” Una última marca consiste en los videograph que permanentemente describen a los sucesos de índole “Urgente”, lo cual convoca a que el televidente se quede frente a la pantalla siguiendo los últimos episodios, que en muchos casos no son más que la repetición de las imágenes grabadas.

Bibliografía

- IGLESIAS, Martín (2005): “Unidad temática: expresión pública, la figura del caos”, “Recorridos de sentido” y “Aportes para un debate necesario”, en Mediados. Sentidos sociales y sociedad a partir de los medios masivos de comunicación. Cuaderno de trabajo n°57, Buenos Aires, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.

- HERNÁNDEZ GARCÍA, Sonia (2002): “Un acercamiento a la nota roja: la inclusión y exclusión de las clases vulnerables”, en www.saladeprensa.org, 45, julio, año IV, Vol. 2.

- PENALVA, Clemente (2002): “El tratamiento de la violencia en los medios de comunicación”, Alternativas. Cuadernos de Trabajo Social n° 10, págs. 395-412.

- PEREYRA, Marcelo (2005), “La criminalización mediática”, en UBA: encrucijados, n°35, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires.

- RODRÍGUEZ, Esteban: “Cubriendo la noticia”. El papel de los periodistas movileros en la representación de la protesta social, pág. 193.



[1] RODRÍGUEZ, Esteban: “Cubriendo la noticia”. El papel de los periodistas movileros en la representación de la protesta social, pág. 193.

[2] PENALVA, Clemente (2002): “El tratamiento de la violencia en los medios de comunicación”, Alternativas. Cuadernos de Trabajo Social n° 10, págs. 395-412.

[3] PEREYRA, Marcelo (2005), “La criminalización mediática”, en UBA: encrucijados, n°35, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires.

[4] IGLESIAS, Martín (2005): “Unidad temática: expresión pública, la figura del caos”, “Recorridos de sentido” y “Aportes para un debate necesario”, en Mediados. Sentidos sociales y sociedad a partir de los medios masivos de comunicación. Cuaderno de trabajo n°57, Buenos Aires, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.

[5] Ibid. RODRÍGUEZ, pág. 196.

[6] HERNÁNDEZ GARCÍA, Sonia (2002): “Un acercamiento a la nota roja: la inclusión y exclusión de las clases vulnerables”, en www.saladeprensa.org, 45, julio, año IV, Vol. 2.

[7] Ibid. RODRÍGUEZ.

(En)cubriendo la noticia. ¿Clase de periodismo o periodismo de clase?, por Julián Lucero

En el libro “Los orígenes de la Ley Negra”, de E. P. Thompson, publicado en 1975, se afirma que el Estado británico del siglo XVIII existía para proteger la propiedad y, eventualmente, las vidas y libertades de los propietarios. El avance y consolidación del discurso liberal burgués hizo de la institución estatal una herramienta al servicio de los sectores dominantes y hegemónicos. En la actualidad, a pesar de los discursos neopopulistas que afirman lo contrario, la situación sigue siendo igual: los Estados occidentales tienen como finalidad mantener un statu quo y, con ese afán, definen diversas estrategias que no suelen superar el mero gatopardismo. El desarrollo de los grandes medios de masas colaboró fuertemente con esta tarea estatal. Los medios masivos también tienen como discurso principal la defensa de la propiedad y los valores capitalista-mercantiles.

Clemente Penalva sostiene que los medios de comunicación juegan un rol importante en la conformación de representaciones ideológicas de la violencia. Los medios son una institución más y se insertan junto a la escuela, la empresa, el ejército, la Iglesia, el Estado, como agentes socializadores. Estos agentes enseñan (imponen) los modos correctos (legitimados y hegemónicos) de vivir en sociedad y transmiten los valores culturales que serán interiorizados (naturalizados) por los individuos. Así, aparece un factor clave para el análisis de medios: estos son agentes socializadores y se encargan de difundir y naturalizar en los individuos los valores sociales históricamente construidos.

Este carácter socializante de los medios puede verse cotidianamente en cualquier programa informativo o, incluso, en los de entretenimiento o ficción. Para este trabajo se tomaron como ejemplo dos casos de manifestaciones populares. La primera, los sucesos del 26 de junio del año 2002, con las marchas sobre puente Pueyrredón y el asesinato de Kosteki y Santillán. La segunda, el conflicto desatado en septiembre del 2008 en las estaciones Castelar y Merlo del tren Sarmiento. Los casos se analizarán de acuerdo a la cobertura mediática que de ellos hicieron los medios nacionales.

Las manifestaciones de junio de 2002 marcaron uno de los puntos más críticos de la crisis argentina desatada en diciembre del 2001. El caso particular de los hechos del 26 de junio será analizado tomando la transmisión, en crudo, que de ellos hizo canal 13. El video estudiado contenía fragmentos tanto del momento de la marcha y la represión policial como de los días posteriores. Cabe remarcar que al ser un material en crudo, este carecía de toda marca gráfica, títulos o sobreimpresos.

El tema narrado, en un principio, fue la marcha de los piqueteros y su intento de cortar el puente Pueyrredón. Frente a esto, la policía fue presentada como haciendo un “desfile de fuerza”. Luego, la cobertura se focalizó en las voces del comisario Franchiotti y de los piqueteros que denunciaban haber sido reprimidos ferozmente. Finalmente, en un giro absoluto, el canal realizó un relato de corte sensacionalista, humanizado y humanizante, en el que demostró la participación del comisario en la muerte de Kosteki y Santillán, quienes fueron mostrados como jóvenes sanos e idealistas, luchadores que no merecían morir así. De esta manera, el tema de la cobertura hizo el siguiente recorrido: primero, fue la manifestación y corte del puente; luego, se tomaron las declaraciones de la policía y algunos piqueteros intentando dar cuenta de cómo fueron los hechos y la represión; al final, se denunció a Franchiotti y se hizo un relato sensacionalista sobre la muerte de los jóvenes y la ineficacia de las fuerzas de seguridad.

En este caso, es interesante notar que en la cobertura no se insertó al hecho en ninguna serie. Quizás esto pueda explicarse teniendo en cuenta el contexto altamente conflictivo de esos años, en los que las marchas y reclamos masivos eran cotidianos. Pero canal 13 no serializó la noticia y la presentó individualmente, como un hecho particular y concreto. De esta manera, no hubo ningún tipo de identificación de problemas macro o estructurales que dieran cuenta del porqué de la manifestación. El enunciador se colocó en una posición “de sentido común”, ajena al hecho narrado. En este caso en particular, el notero del canal que cubrió la noticia se ubicó como alguien distinto a los “encapuchados” y portadores de palos. Frente a ellos aparecía la figura del orden y la ley, que era la policía. El enunciador pareciera hablar desde este lugar legal y exigía intervención policial. Cuando la represión se desató, se la caracterizó como una enérgica tarea de escarmiento frente a los piqueteros duros, quienes regaron de miedo la zona.

Es notable la tipificación de los protagonistas que se hizo en la cobertura analizada. Por un lado, respecto a los piqueteros, se presentaron distintos matices: estaban los piqueteros duros, que querían cortar el puente y avanzar por allí, no dispuestos a deponer su actitud; también se hace una tipificación general del piquetero medio como un personaje violento (lleva su rostro cubierto y porta palos), lo que es remarcado luego de la represión, cuando en plena retirada, el notero de canal 13 resalta que incendiaron colectivos y dejaron un ambiente de miedo; pero el punto más interesante es cómo se tipificó a Kosteki y Santillán. Conocido el dato de que habían sido asesinados por la espalda por la policía, estos piqueteros pasaron a ser narrados como jóvenes sanos, luchadores, solidarios. Las características que antes hacían del piquetero alguien peligroso, en estos chicos asesinados pasaron a ser simples marcas de identidad, que daban cuenta de su compromiso político.

Por otro lado, en cuanto a las fuerzas de seguridad, en un primer momento se las tipificó como las garantes del orden. Frente a la violencia piquetera, la policía aparecía como una fuerza ordenada, enérgica, cuya tarea indiscutible era restablecer el “orden natural”. Ahora bien, cuando salió a la luz que Franchiotti había asesinado a los chicos, el relato no viró hacia una crítica estructural de la policía. Todo se centró en el comisario, dando un nuevo ejemplo de la perversa lógica de la “manzana podrida”, de los excesos. Franchiotti fue tipificado como una excepción dentro de la fuerza policial, un criminal, pero esta conclusión no se extendió al total de la fuerza.

En el caso de los sucesos de septiembre de 2008 en las estaciones Merlo y Castelar, de la línea ferroviaria Sarmiento, se pueden remarcar algunas semejanzas en la cobertura. Estos hechos fueron analizados a través de diversos fragmentos de la cobertura que hicieron en vivo los canales de noticias (TN, C5N, Crónica, América 24).

El tema principal de todas las coberturas fueron los hechos violentos ocurridos en las estaciones y el incendio de las formaciones. Los pasajeros habían atacado a algunos representantes de la empresa y cortado las vías, impidiendo la prestación del servicio. Así, el tema era que el tren Sarmiento no circulaba por el corte realizado por los pasajeros. Algunos de los títulos sobreimpresos pueden dar cuenta de cuál fue el enfoque de estos canales: “Llegó la policía al lugar. Intentan despejar las vías” (TN); “Pasajeros cortan las vías” (C5N); “Furia de los pasajeros” (América 24); “Locura colectiva. Incendian los vagones” (C5N); “La policía no aparece. Ya van más de 2 horas. No hay un solo detenido” (C5N). Esto da cuenta de que el tema de las coberturas, en general, se circunscribió al corte de vías y el incendio de trenes.

Los hechos no fueron incluidos en serie alguna. En TN se hizo mención a los sucesos de 2005, cuando en la estación Haedo, de la misma línea Sarmiento, los pasajeros prendieron fuego toda la estación, pero esto no excedió la mera alusión. La cobertura en vivo, extendida por horas, de los hechos no tuvo en cuenta ninguna serie informativa. Tampoco se hizo un análisis de los motivos macro de los sucesos. Sólo en Crónica se escuchó la voz de algunos pasajeros indignados que daban cuenta de la situación lamentable del servicio ferroviario. El notero de este canal dejó el micrófono abierto y los pasajeros expresaron toda su bronca y explicaron que todos los días se viajaba mal y que no se podía seguir así. En términos de Teijeiro, Farré y Pedemonte, la presencia de la voz de aquellos que protestan se enmarca en la categoría de “Sujetos individualizados”, en la que el medio solicita información o testimonios a estos sujetos. En los otros medios, si bien hubo voces de los manifestantes, en general sólo se escucharon las voces oficiales de la empresa o de pasajeros “correctos y prolijos” que cuestionaban el accionar de los manifestantes. Se debe resaltar que en este punto de no serializar la noticia, de no explicar motivos macro o estructurales y de narrar los hechos como algo particular, atomizado, coincidieron las coberturas de los dos hechos tomados en cuenta.

Los enunciadores de los distintos canales se ubicaron en el lugar de la ley, ajenos al reclamo popular y exigiendo la intervención policial. En esto también coincidieron las coberturas de los hechos de junio de 2002 y estos de septiembre de 2008. Los periodistas en el piso y los movileros, en general, se colocaron del lado de la racionalidad legal, pidiendo intervención a la policía. Algo interesante de notar en este tipo de coberturas sobre problemáticas que afectan a las clases populares, trabajadoras y marginadas, es la absoluta ignorancia de gran parte de los enunciadores mediáticos. El lugar que toman y su narración de los hechos dan cuenta de una falta de información y experiencia en esas problemáticas. Esta ignorancia puede explicar (pero no justificar) el porqué los enunciadores mediáticos se acomodan en posiciones ajenas, externas a los hechos. Desconocen la cotidianeidad ferroviaria y al enfrentarse a un “estallido de violencia” de los pasajeros, sólo pueden narrarlo como un hecho irracional, excepcional y nunca como una respuesta a las condiciones materiales y simbólicas en las que se viaja día a día en el transporte público.

Como se dijo, los enunciadores pidieron la intervención policial. Este pedido tomó ribetes casi tragicómicos en algunas coberturas, como la de C5N, en la que se pedía casi con desesperación la llegada de las fuerzas del orden (esto puede verse en algunos de los títulos ya puntualizados). Como en la cobertura del corte en puente Pueyrredón, en este caso también se caracterizó a la ley como la garante del orden. La policía representaba a la ley y el orden y lo hacía a través de su capacidad ¿legítima? ¿legitimada? de reprimir y detener a los manifestantes. Frente a la irracional actitud de los pasajeros que cortaban las vías, la policía surgía como quien debía reinstalar la normalidad.

Las diversas coberturas analizadas permiten dar cuenta de la interesante tipificación de los personajes que se hizo. Por un lado, está la “gente”, pasajeros afectados por el corte pero que no participan del mismo. En TN, por ejemplo, se contactó a Edgardo, un pasajero que relataba los hechos y parecía estar de acuerdo con el tipo de cobertura del canal. Esta gente eran los “pasajeros varados” (TN) y “la gente que necesita viajar para trabajar” (C5N). Frente a ellos, estaban los violentos, que cortaron las vías, incendiaron los vagones y atacaron al personal de la empresa. Estos ya no son “gente” como la antes descripta. Son personas irracionales, que buscan generar destrozos y desmanes. La cobertura de C5N llegó a dudar de la cualidad de pasajeros de aquellos que cortaban las vías y rompían los trenes. En un momento de la cobertura, el periodista Fabián Doman llegó incluso a esgrimir como argumento válido y real: “Fíjense la cara de la gente, no son pasajeros”. El lombrosianismo en su máxima expresión. Así, se tipificó a los que cortaban las vías como no-pasajeros, como violentos irracionales.

En cuanto a los personajes oficiales, la tipificación es ingenua y falsamente transparente. El vocero de la empresa, quien fue entrevistado por C5N, es tomado como una persona respetable, portador de verdad indiscutible. En la entrevista no se le hicieron preguntas de fondo y todo quedó en la superficie del conflicto. Por el lado de la policía, personaje grupal representante del orden y la ley, se la presentó como necesaria. Nunca la policía fue presentada como violenta. La única crítica que se le hizo en esta cobertura fue que tardó mucho en accionar y reprimir. Así, los personajes del vocero, los empleados de la empresa y la empresa misma, fueron presentados como víctimas inocentes de los violentos. La policía fue el personaje necesario para recuperar las vías, el orden y la normalidad, por lo que también fue narrado como un personaje inocente.

Para concluir esta primera presentación breve y esquemática de las coberturas de los hechos analizadas, es clave destacar que en ambos casos no hubo ningún tipo de reflexión estructural sobre la violencia. Los relatos mediáticos no dieron cuenta de ninguna causa estructural y siempre se quedaron en lo superficial, lo espectacular y lo emocional. En los dos sucesos analizados estuvo presente la figura del caos. Martín Iglesias afirma que el periodismo ha adoptado una técnica específica para la cobertura de los acontecimientos de expresión pública, en la que se destaca la figura significante del caos. Recurrir a figuras como esta implica desplazar los aspectos más relevantes del hecho y, a su vez, la figura del caos demoniza al sujeto manifestante y espectaculariza los perjuicios que el mismo provoca.

Varios autores coinciden con esta idea de desplazamiento, en la cobertura mediática de hechos de protesta social, de los aspectos más relevantes y profundos. Zeller dice que la violencia en los medios es tratada sin dar explicaciones, sin situar contextos y estructuras sociales y económicas que producen en primera instancia esa violencia. Por su parte, Gerbner retoma algunas investigaciones en las que se concluía que la televisión presenta la violencia desde el punto de vista de los encargados de aplicar la ley. En este movimiento, ignora los aspectos sociales y de fondo. Este aporte que resalta el autor es notable en los sucesos tomados en cuenta en este ensayo. Las llamadas, desesperadas por momentos, de los periodistas para que intervengan las fuerzas del orden, demuestra de qué lado se ubicaron los enunciadores mediáticos. Otro aporte en esta dirección es el de Hernández García, que afirma que en las notas policiales se presenta a los victimarios sin considerar el contexto socioeconómico y político. De este modo, las tragedias de los sectores populares son objeto de curiosidad y morbo, pero nunca objeto de comprensión. Frente a las expresiones de protesta de estos sectores, la clase media y la dominante son incapaces de reconocerse o identificarse. Esta mirada extranjera lleva a una suerte de voyeurismo de clase, como diría Svampa. Los casos de puente Pueyrredón y del conflicto ferroviario de 2008, son ejemplos claros de esto. El drama popular de la exclusión, del maltrato cotidiano, los problemas diarios a la hora de transportarse hacia la ciudad, etc., son tratados desde una mirada extraña (pero no extrañada), externa. Nunca se intenta comprender el por qué y el cómo se llegó a tal situación. Una buena síntesis la ofrece Dominique Wolton cuando dice que el periodismo frecuentemente prefiere el acontecimiento en sí antes que su análisis.

Ahora bien, ¿qué implica esta falta de trabajo comprensivo? ¿Qué efecto de sentido produce que los relatos mediáticos dominantes no hurguen en las causas más profundas de los conflictos y cubran solo la superficie? ¿Es mero sensacionalismo? ¿Es producto de la presión de la competencia lo que inclina a los medios a construir este tipo de cobertura? Definitivamente, la respuesta debe ser negativa. Sin duda hay elementos esenciales de la retórica sensacionalista. Las coberturas analizadas tienen mucho de los elementos sensacionalistas clásicos: imágenes de alto impacto, fotografías de cuerpos heridos, sangre, corridas, periodistas agitados por la conflictividad de la escena. Hay, también, presiones de orden mercantil, impuestas por la competencia entre canales que antes que nada son empresas periodísticas que buscan lucrar, para lo cual necesitan captar la mayor cantidad de público posible. El autor Denis McQuail, afirma en su trabajo “La acción de los medios” que “sin una narración atractiva ni interés humano, es improbable que las noticias se difundan o tengan el mismo valor como bien en el mercado de la información”. Así, este autor permite incluir la instancia del mercado en el análisis. Continúa McQuail: “la tradición periodística del interés humano se relaciona con el concepto peyorativo de “sensacionalismo”, que habitualmente define una excesiva apelación a las emociones y los sentidos. A menudo se manifiesta en títulos, filmaciones o fotografías espectaculares, en un enfoque centrado en lo individual y un gran interés en la delincuencia, los desastres, el sexo y la violencia”. Luego de estas afirmaciones, el autor dice que se hace difícil determinar cuándo se traspone el umbral de lo que se necesita para atraer y retener la atención de la audiencia y comienza a disminuir la calidad de la información ofrecida.

Sin embargo, la explicación no puede clausurarse en estos aspectos mercantiles o sensacionalistas. Al principio del ensayo se afirmó, retomando algunas propuestas de Thompson, que los medios masivos eran agentes socializadores y que reforzaban los valores hegemónicos de una sociedad en particular. Es imposible que en una sociedad occidental burguesa haya medios masivos contrahegemónicos. Puede haber medios alternativos, desde ya, pero no serán masivos. La contrahegemonía es, por definición, no masiva ni legitimada. Caso contrario, no sería contrahegemonía. Penalva sostiene que en el tratamiento mediático de la violencia se la instala como algo normal y natural. Entonces, la violencia es despojada de su carácter histórico e interactivo. Al negarle su historia y cualidad relacional, se da una visión estereotipada, trivial de la violencia, lo que conduce a la desinformación.

En consonancia con la propuesta inicial, Pereyra sostiene que los discursos informativos pueden entenderse como relatos de control social, que naturalizan el accionar represivo. A su vez, es plausible pensar estos discursos como mecanismos de exclusión simbólica, ya que los sectores populares que son sujeto de los relatos son criminalizados. Las protestas sociales, continúa el autor, son construidas en los medios a partir de sus efectos y no de sus causas. El peso de la noción de caos es clave, ya que al focalizar el conflicto en el caos que genera (de tránsito, por ejemplo), se despolitiza la protesta. Esto es evidente en las coberturas analizadas. El caso del corte de vías es ejemplo claro. El peso informativo estuvo en el corte y los problemas generados por el mismo. Ahora bien, las causas que llevaron a esa situación no fueron analizadas y los manifestantes que cortaron las vías e incendiaron los vagones fueron estigmatizados y catalogados como violentos e irracionales.

La cobertura de C5N sobre este tema es la más clara al respecto. Fue la que más hincapié hizo en la necesidad de reponer el orden y no dudó en hacer un pedido explícito a la policía para que intervenga, reprima, detenga manifestantes y ordene la situación. Incluso, los periodistas dudaron de si eran o no pasajeros los que hacían el corte y llegaron a afirmar que la protesta parecía más una “estudiantina en un ferrocarril”. Los periodistas destacaban que la gente se reía y divertía. Hacían sonar la bocina del tren y todo parecía un chiste. Finalmente, un periodista desde el piso preguntó a la movilera si, aparte de destrozar los trenes, los “piqueteros” estaban robando, lo que demuestra el prejuicio y estigma que el medio reprodujo.

Estas construcciones discursivas tienen como efecto de sentido el deslegitimar el reclamo popular. Si los que realizan el corte son irracionales, violentos, ladrones, se ríen, etc., entonces su reclamo es ilegítimo. Esta ilegitimidad habilita la represión sin cargo de conciencia. La represión, en este contexto, aparece como algo inevitable, deseable y de ningún modo violento. Sólo se pide represión para sacar a unos delincuentes de la calle o las vías. Así, los excluidos materiales de la sociedad son excluidos simbólica y políticamente, sus reclamos son acallados. Ahora bien, esta estrategia discursiva es perversamente inevitable en una sociedad capitalista burguesa. Los discursos informativos no pueden afirmar que tamañas manifestaciones son producto de la lógica misma del sistema. Justamente por eso es necesario deslegitimar los reclamos, mostrarlos como irracionales. De no hacer esto, el carácter de dominación y represión del sistema se harían evidentes. Dice Pereyra que al ejercer su poder simbólico, los medios colaboran a este ocultamiento de la dominación y excluyen a los dominados de la agenda política y los presentan como otros-peligrosos.

Es interesante realizar un desvío ahora y considerar la cuestión del otro. Dice el filósofo francés Emmanuel Levinas: “El Otro no es en modo alguno otro yo mismo, que participe conmigo en una existencia común. La relación con el Otro no es una relación idílica y armoniosa de comunión o una simpatía gracias a la cual nos ponemos en su lugar; reconocemos al Otro como semejante pero exterior a nosotros”. Es decir, y esto puede sonar como una verdad de perogrullo, el otro es lo distinto al yo, lo externo, lo ajeno, incluso aunque se comparta un espacio común. En la misma sintonía, Roger Silverstone dice: “La otredad se refiere al hecho de que allí afuera hay algo que no soy yo, que no es de mi hechura ni está bajo mi control; distinto, diferente, fuera de alcance, pero que ocupa el mismo espacio, el mismo paisaje social”. Con estos aportes resuenan fuertemente los ecos de la díada civilización/barbarie. Los medios, al presentar a las clases populares, dominadas y subalternas, como otro peligroso, irracional, violento, las está separando de un nosotros, representante este del orden, la ley y las buenas costumbres. Por esto, el periodista de C5N puede dudar de la honestidad del reclamo de la gente y puede decir que con solo mirarle la cara a los manifestantes uno se puede percatar de que no son pasajeros, trabajadores honestos. O sea, al mirarle la cara, nos podemos dar cuenta que no son como uno, son otros. Y esto es un peligro.

Para finalizar la digresión, es clave el aporte de Josefina Ludmer para tener más elementos a la hora de analizar la cobertura mediática del delito, la protesta social o la violencia cotidiana. Dice la autora: “El delito es un instrumento conceptual particular; no es abstracto, sino visible, representable, cuantificable, personalizable, subjetivizable. (…) El delito funciona como una frontera cultural que separa la cultura de la no cultura, que funda culturas, y que también separa líneas en el interior de una cultura. Sirve para trazar límites, diferenciar y excluir”. Al referirse al sujeto manifestante como otro violento, se lo diferencia y excluye en diversos sentidos. Así, como ya se mencionó, los excluidos sociales y económicos, son excluidos también, a través del discurso mediático, como sujetos políticos capaces de expresar sus reclamos.

Frente a críticas como las que se presentan en este trabajo, los periodistas podrían argumentar que sus condiciones de trabajo conducen, invariablemente, a reproducir estereotipos y a cometer ciertos excesos. La urgencia de la primicia, la presión de la competencia y el trabajo en vivo y en directo son factores que atentan contra la rigurosidad periodística y explican algunos desajustes y equivocaciones. Algunas de estas características de la práctica concreta del periodismo son analizadas por Esteban Rodríguez, en su trabajo “Cubriendo la noticia”. El autor se focaliza en el rol que cumplen los movileros en las coberturas de la protesta social. A pesar de poder reconocer que las características propias del trabajo en la calle y en vivo son capaces de alterar la información ofrecida, esto no puede funcionar como excusa liberadora o justificación. Rodríguez afirma, concordando con lo ya expuesto, que el periodismo utiliza la legalidad de turno como el prisma con el que enfocar las relaciones sociales. De esta manera, el periodismo colaborará, inevitablemente, a perpetuar un estado de situación y descartará todo tipo de cuestionamiento al mismo.

Una de las primeras características que señala Rodríguez es que en el periodismo actual la noticia vira hacia la caricatura, ya que el hecho se releva a partir de una subjetividad en particular. Este gesto implica que no se confronta la multiplicidad del mundo, sino que todo se reduce a la singularidad de algún personaje involucrado. Así, el personaje, en los ejemplos considerados, podría ser un piquetero con el rostro tapado, Kosteki y Santillán, construidos como individualidades heroicas y víctimas de los excesos de un comisario, o los manifestantes que se ríen mientras rompen una locomotora y tocan la bocina. El hecho global se reduce a este tipo de personajes, individualizando el conflicto y dando una lectura parcial, descontextualizada y sin historia. Vinculado a esto, el autor sostiene que la criminalización es una de las formas para evitar la politización de lo social, para negar el carácter conflictivo de la convivencia social. Como ya se señaló, al deslegitimar una protesta y a los manifestantes, se vacía de contenido al hecho y se justifican las acciones represivas.

Lo más interesante del trabajo de Rodríguez es su caracterización del trabajo del movilero. Él lo caracteriza como periodismo burocrático, el indicado para cubrir desde un robo pequeño hasta un estallido de violencia social. Lo notable es que los movileros recurren a las mismas herramientas para narrar todo tipo de hechos, lo que conduce a estandarizar lo social, a vaciarlo de toda su densidad y complejidad. El movilero disciplina a la realidad, ya que no tiene tiempo, y con ese afán recurre a técnicas siempre iguales. Una de estas técnicas, por llamarla de algún modo, es el maniqueísmo. Con el maniqueísmo, el periodismo logra organizar la realidad de un modo claro, conciso e ilusoriamente transparente. De esta manera, habrá piqueteros (violentos, irracionales, malos) y policías y “gente como uno” (civilizados, ordenados, racionales, buenos). Esta lógica supone una simplificación total de los hechos. En lo vinculado a la violencia, está será relacionada a taparse la cara, llevar palos, prender fuego un tren o colectivo, pero nunca se trazará un vector entre violencia y Estado, policía, represión. Hay una imposibilidad de comprender la violencia estructural que sufren los manifestantes. La violencia estructural, dice Rodríguez, es intelevisible, no puede relevarse con facilidad, por lo que no responde a los imperativos simbólico-técnicos de los grandes medios.

Es necesario hacer una crítica puntual al trabajo de Rodríguez. Si bien es cierto que el periodismo suele reproducir las condiciones de existencia y dominio imperantes, sin discutir la legitimidad de las mismas ni dar lugar a expresiones que potencialmente podrían trastocar ese orden, este no debe llevar a tomar posturas académicamente populistas. En el texto del autor sobrevuela una suerte de debilidad conceptual en torno a la violencia. Por un lado, se resalta el carácter violento del Estado, de las condiciones materiales y de los discursos mediáticos. Pero por otro lado, no se cuestiona la violencia misma de los actos de protesta. Es decir, el texto no cuestiona a la violencia como modo de convivencia e interacción. Es populista ya que de alguna manera justifica y enaltece la violencia de los dominados al enfrentarse a los dominantes. Pero esta violencia no deja, valga la tautología, de ser violencia. Obviamente hay una cuestión de escala insoslayable: la violencia estructural y del aparato estatal es incomparable con la violencia popular. Se debe ser firme en la crítica e impugnación a todo tipo de violencia estatal y se puede tener una visión más matizada respecto a la violencia social y popular. Pero esto no debe conducir a un elogio de la violencia popular. El riesgo de una postura como la de Rodríguez es que puede caer en lo mismo que critica. Él dice que para los medios sólo es violencia taparse la cara, cortar una calle o incendiar un colectivo, pero nunca toman como violencia la actuación expulsiva y excluyente del Estado. Ahora bien, el argumento opuesto es igualmente falaz: considerar como violencia solamente al accionar estatal y caracterizar a la protesta social como una suerte de respuesta a esa violencia original, es lo mismo. El maniqueísmo no se supera y la violencia sigue siendo acentuada como modo positivo de interacción social. Desde ya, esto no debe leerse como una incitación a la pasividad social. En el estado de situación actual, es justificable que los sectores más postergados y excluidos se expresen de la manera que puedan. Sería cínico pedirle a estos sectores que tomen medidas no violentas cuando ellos son diariamente violentados por diversas instancias políticas, económicas, sociales, simbólicas. Sin embargo, a la hora de la reflexión aplacada se debería pensar la violencia como modo de interacción y generar un pensamiento crítico más estructural y de fondo para construir alternativas más liberadoras.

Para finalizar con los aportes de Rodríguez, es buena su puntualización de las peculiaridades del trabajo movilero. Algunas son: fragmentación y trivialización, urgencia, maniqueísmo, autobombo (característica que en los ejemplos se puede ver claramente cuando la movilera de C5N apenas puede hablar por el efecto de los gases, y tose y expresa que es muy difícil trabajar en esas condiciones. En este caso, el eje de la noticia se corre y cobra protagonismo el notero), descontextualización (en los ejemplos esto se refleja, ya que nunca hay menciones a las características y condiciones de fondo de los conflictos), entre otras. En relación a esto, es inevitable recordar algunas propuestas de Wolton sobre el tema de la transmisión en directo. En su libro “Pensar la Comunicación”, él afirma: “La información ‘en directo’ sobre las crisis permite saber en seguida, sin que esto forzosamente contribuya a explicarlas o a resolverlas mejor. Los hechos atropellan todo. Los medios se encuentran atrapados en la misma agitación que los actores de la crisis, aunque su papel debería ser, al contrario, contemporizar y permitir a unos y otros tomar un poco de distancia. (…) Lo directo no es sinónimo de verdad y el sentido es aún más difícil de extraer cuando uno se apega a los sucesos. La paradoja es que cuanto más en directo estamos, más necesario es reintroducir la distancia”. Los avances técnicos han permitido que los medios bombardeen informativamente al espectador. La información es omnipresente y se ha consolidado una lógica tiránica del instante, de saber todo en todo momento y mantener un ritmo irrefrenable. El peligro, advierte Wolton, es que esto impide la toma de distancia y el pensamiento crítico. La fascinación por la primicia, por estar en el lugar de los hechos, por transmitir todas las sensaciones, los ruidos explosivos de las escopetas, los estallidos de los gases, etc., lleva a que el periodismo se meta tanto en la escena que deja de informar, deja de tomar distancia. Esto se traduce en desinformación y en un lógico afianzamiento de estereotipos y estigmas que facilitan, en tanto atajos de conocimiento, la cobertura mediática.

A modo de cierre, es pertinente retomar lo dicho en primera instancia: los medios de comunicación son agentes socializadores y están insertos en un determinado régimen socioeconómico que sustentan. La cobertura mediática de la violencia suele ser superficial y acrítica. Esto ha quedado demostrado a lo largo del texto. Los medios masivos son, a su vez, empresas que compiten en un mercado y esto genera presiones para ofrecer los mejores productos y garantizar así las mayores ventas o audiencias. De este modo, los medios masivos aparecen como agentes empresariales que se mueven y lucran en un determinado sistema y harán lo posible para sostenerlo. Las características de la cobertura mediática de la violencia o la protesta social es un caso ejemplar de esta cualidad conservadora de los medios. Se busca cubrir la noticia lo más rápido posible, en vivo, en el lugar de los hechos para tener el mejor producto que ofrecer. Este “meter las narices en la escena” conlleva los riesgos de no tomar distancia crítica. A su vez, además de intentar ubicarse lo mejor posible frente a la competencia, los medios son agentes de poder y responden al discurso hegemónico de una sociedad. Por esto mismo son incapaces de adquirir una perspectiva más estructural y crítica respecto a la protesta social. Hacerlo implicaría poner en crisis el sistema mismo del cual ellos son parte. Se debe deslegitimar a los manifestantes y sus reclamos y exigir la intervención del Estado y la policía, para salvaguardar la entereza del régimen que garantiza sus ganancias. Ahora bien, estas críticas no deben conducir al periodismo a tomar enfoques populistas que justifiquen la violencia secundaria de los manifestantes, frente a las imposiciones estatales y dominantes. La cuestión es harto compleja ya que el periodismo se encuentra a veces en el dilema de apoyar las medidas de protesta popular (legitimando la violencia que estas suponen) o desconocerlas y defender un estado de situación opresivo (violento este a su vez). En todo caso, el objetivo debería ser lograr tomar suficiente distancia crítica y cuestionar a la violencia misma como modo de interacción social. Quizás este cuestionamiento pueda abrir una puerta que permita vislumbrar nuevos escenarios para la construcción de una sociedad más igualitaria y pacífica.

BIBLIOGRAFÍA

- Álvarez Teijeiro, Carlos, Farré Marcela y Fernández Pedemonte, Damián, Representación social de los sujetos de la protesta en Azul Noticias y Telenoche (diciembre 2001), en “Medios de comunicación y protesta social”, La Crujía, Buenos Aires.

- Gerbner, George, La violencia y el terror en los medios de comunicación de masas (fragmento), UNESCO, París, 1990.

- Hernández García, Sonia, Un acercamiento a la nota roja: la inclusión y exclusión de las clases vulnerables, en www.saladeprensa.org, 45, julio 2002, año IV, Vol. 2.

- Iglesias, Martín, Unidad temática: expresión pública, la figura del caos, en “Mediados. Sentidos sociales y sociedad a partir de los medios masivos de comunicación”, cuaderno de trabajo N° 57, Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Buenos Aires.

- Ludmer, Josefina, El cuerpo del delito. Un manual, Eterna Cadencia, Argentina, 2011.

- McQuail, Denis, La acción de los medios. Los medios de comunicación y el interés público, Amorrortu, Buenos Aires, 1998.

- Penalva, Clemente, El tratamiento de la violencia en los medios de comunicación, en Alternativas. Cuadernos de trabajo social, N° 10, 2002.

- Pereyra, Marcelo, Dispositivos de exclusión simbólica en las noticias político-policiales.

- Rodríguez, Esteban, “Cubriendo la noticia”. El papel de los periodistas movileros en la representación de la protesta social.

- Silverstone, Roger, ¿Por qué estudiar los medios?, Amorrortu, Buenos Aires, 2004.

- Svampa, Maristella, Cambio de época. Movimientos sociales y poder político, Siglo XXI, Argentina, 2009.

- Thompson, E. P., Los orígenes de la Ley Negra. Un episodio de la historia criminal inglesa, Siglo XXI, Argentina, 2010.

- Wolton, Dominique, Pensar la Comunicación, Prometeo, Buenos Aires, 2007.

- Zeller, Carlos, La representación periodística de la violencia y de la desigualdad social.