Little children o un pedófilo en el barrio, por Emilia Cortina

La violencia es una palabra, plantea Tosca Hernández. Pero también es un fenómeno histórico y, por ese motivo, es “(…) una noción plena de significaciones variables”[1], que se alteran en la medida en que cambia la dinámica relacional de la sociedad. Efectivamente, señala Rosa Del Olmo, el sentido del término violencia se resignifica continuamente a través de procesos de carácter político.

Hoy en día, según plantea esta última autora, su significación parece haberse cristalizado en torno a la idea de criminalidad violenta y urbana. Se la asocia en concreto a los hechos de violencia callejera, en especial en espacios públicos, y aparece estrechamente ligada a la imagen de inseguridad de los habitantes de las ciudades.

Del Olmo advierte el pasaje, en los últimos treinta años, de una visión del delito como excepción a percibirlo como cotidianidad, un peligro permanente e inminente. Y arriesga que quizás por eso la inseguridad o miedo a la delincuencia es actualmente uno de los problemas más sentidos por la población.

Si bien la autora hace foco en el caso de América Latina, destacando el aumento de este tipo de delitos en la región, el proceso se ha dado también en otros espacios. También en países desarrollados se incrementan los temores, que derivan en la pérdida de la capacidad integradora de la ciudad: “(…) las áreas residenciales socialmente homogéneas se convierten en cotos cerrados”[2] generando “una ciudad compartimentada, segregada, de guetos de ricos y pobres, (…) producto de la agorafobia urbana (…).”[3] Las clases altas se atrincheran en los suburbios, buscando huir de la inseguridad del centro. ¿Pero qué ocurre cuando la protección de este refugio es puesta en duda?

En este trabajo, se pretende trabajar acerca de un caso particular, el que plantea el film estadounidense Little Children (2006), dirigido por Todd Field. Esta película aborda el cruce entre cuatro personajes, que conviven en un coqueto suburbio habitado por clases medias-altas. Por un lado, dos vecinos del barrio, Sarah — joven ama de casa, frustrada ante un matrimonio y una vida poco satisfactorias— y Brad — marido de una exitosa documentarista, incapaz de aprobar el examen que lo habilitaría como abogado y relegado a permanecer en casa y hacerse cargo de su hijo— se ven envueltos en una relación extra-matrimonial. Por otro — y en este eje deseo centrarme—, Ronnie, un ex-convicto, procesado por exposición indecente ante un menor, se instala en la zona, en casa de su anciana madre May. Larry, un policía retirado con tendencias violentas, se obsesiona con su caso y emprende una cruzada personal contra este potencial peligro para sus hijos y los demás niños del barrio.

En síntesis, se plantea la irrupción de una amenaza dentro de ese suburbio de “gente bien”, residencial, cuasiidílico, de bellas casas y familias, donde niños siempre bien vestidos juegan en las plazas bajo la mirada protectora de sus sonrientes madres. En un espacio que parece estar a resguardo de la violencia, aparece este elemento perturbador.

Quien (re)presentan su llegada son los medios de comunicación, concretamente, la TV. La escena que abre el film muestra a una periodista cubriendo la llegada de Ronald "Ronnie" James al barrio. Se exhibe su retrato, el exterior de la casa en que vive y se transmiten, además, una serie de testimonios de vecinos que expresan su preocupación ante el hecho de tener a un delincuente de este tipo en la zona. El tono es alarmista. Si bien se admite que las condiciones de libertad condicional prohíben a Ronnie acercarse a menos de 100 metros de cualquier zona de recreación, escuela o espacio donde habitualmente se reúnan menores, esto sería “de poco consuelo para muchos padres cuyos niños juegan y van a la escuela en esta anteriormente tranquila comunidad”, quienes, se afirma, “en las próximas semanas esperarán lo mejor o se prepararán para lo peor”.

No es casual que la película comience de esta manera. “Los grandes medios de comunicación, la televisión especialmente, actúan simultáneamente como cajas de resonancia y como constructores de realidades o proveedores de imágenes del mundo”[4], sostiene, precisamente, Rossana Reguillo. Son una de las principales fuentes de información sobre los hechos de violencia que ocurren a nuestro alrededor— junto con la experiencia personal y los comentarios de terceros—. Por su fuerte influencia en la percepción subjetiva de la inseguridad — aquella vinculada a vivencias y sentimientos personales—, tienen una responsabilidad clave “en la creación del pánico urbano y el incremento de los miedos e inseguridades presentes en el imaginario colectivo”[5].

Según afirma esta autora, en las sociedades tradicionales, las amenazas al orden establecido tenían orígenes fácilmente identificables y existían vías establecidas para lidiar con ellas — rituales de purificación y ofrendas para los dioses, sanciones para los integrantes de la comunidad—. Pero esto ha cambiado, las fuentes de peligro hoy se incrementan y diversifican, desbordando la capacidad de respuesta ciudadana; generando reacciones “informes, indiscriminadas y tan caóticas como la violencia misma”[6]; aumentando la fragmentación; creando abismos entre los individuos, distanciándolos. En ese sentido, para Reguillo, “(…) estamos desnudos ante las violencias, abiertos a la ira engendrada por el miedo, en una cultura de la sospecha en donde todos somos potencialmente sospechosos de ser sospechosos.”[7] Frente a la cobertura de hechos de violencia, “el ciudadano común permanece como un espectador asombrado, (…) atemorizado por los terrores que se cuelan cotidianamente por los resquicios de puertas y ventanas (…) o amenazan ocultos en la calle, en la plaza.”[8]

En Little children, la llegada de Ronnie al tranquilo suburbio norteamericano despierta una preocupación generalizada en sus habitantes. Durante el film, los personajes manifiestan inquietud con respecto a la seguridad de sus hijos, la temática está presente en sus conversaciones cotidianas.

Más de una vez, mencionan a la castración como la solución ideal al problema (‘Simplemente un tijeretazo, rápido y fácil’, propone una de las madres en el parque). Una solución violenta. Ese es el riesgo de los temores, según advierte Del Olmo: que su proliferación alimente una espiral de violencia, a partir del pedido de mayor represión o de una justificación de los excesos en este sentido. Porque, tal como afirma Hernández, “(…) responder a la violencia con más violencia, aun con aquella que sea legítima, acarrea más violencia (…) la clave para resolver el problema pareciera residir en el conocimiento de esta dinámica repetitiva.” [9]

En este ciclo ingresa el personaje de Larry, quien crea y se convierte en prácticamente el único miembro del Comité de Padres Preocupados, para así emprender una campaña contra la presencia de Ronnie en la zona. Sus acciones no sólo incluyen la distribución de folletos, que interrogan “¿Están sus hijos seguros?” y exhiben el rostro del ex-convicto. En tanto lo piensa como un “peligroso predador”, esto parece habilitarlo para emprender acciones de vandalismo —graffitis—, incurrir en fuertes agresiones verbales y ejercer una vigilancia constante en torno a la vivienda de Ronald, que incluye eventuales irrupciones en el lugar, en el medio de la noche, para enterarse de qué está haciendo o amenazarlo.

Efectivamente, tal como afirma Hernández, la palabra “violencia” suele emplearse para demonizar y descalificar las acciones de Otros y crear oposiciones entre “el bien” y “el mal”, permitiendo en muchos casos justificar acciones de contraviolencia que también apelen a ella. Si Ronnie ha incurrido en hechos de violencia (y se lo piensa capaz de ejecutar otros), esto parece autorizar a Larry para ejercer, a su vez, acciones violentas contra él, simplemente para “proteger a la comunidad.”

Para Reguillo, los medios tendrían cierta responsabilidad en este aspecto: “(…) tanto el cine como la televisión nos proveen de historias que (…) justifican la aparición de vigilantes o la aplicación de la justicia por la propia mano.”[10] Larry pretende erigirse en guardián del barrio, responsable de la seguridad de sus vecinos.

Por otra parte, vale destacar que la caracterización de Ronnie toma cierta distancia del estereotipo de “pedófilo”. Inicialmente, se lo percibe como un hombre relativamente normal, educado, muy amable con su madre, consciente de sus impulsos y condición, antes que el monstruo en acecho de los niños que los vecinos imaginan. Conversando con May, que intenta restarle importancia a su delito (“Hiciste algo malo, pero no eres mala persona”), Ronnie muestra ser muy consciente de su situación: “Tengo un problema psicosexual (…) Me dejaron salir porque no les quedaba otra opción”.

Larry, en cambio, con su conducta violenta, impulsiva y sus acciones desmedidas, parece más cercano a la idea de psicópata. Especialmente cuando se descubre que debió retirarse de la policía tras matar por equivocación a un niño que jugaba con un arma de juguete.

Sin embargo, a lo largo del film, las inclinaciones sexuales de Ronald y el riesgo que representan se van haciendo evidentes, particularmente cuando, durante una accidentada cita a ciegas, termina masturbándose frente a un parque de juegos y amenaza a su pareja para que no cuente lo sucedido.

La situación llegará a un punto de máxima tensión cuando, frente a una nueva irrupción de Larry en su hogar, May tenga un ataque cardíaco al discutir con él y muera. El ex-policía encontrará más tarde a Ronnie en la plaza, desolado, sangrando y descubrirá que el mismo se ha castrado. “Ahora voy a ser bueno”, afirma, al mostrarle el vendaje.

El film pone de manifiesto la dinámica de violencia que origina la llegada de un potencial delincuente a un tranquilo suburbio, habitado por “gente bien”. Por un lado, la psicosis colectiva, el miedo. La escena en la cual Ronnie va a nadar a la pileta comunitaria lo ejemplifica con claridad. Inicialmente, pasa desapercibido pero, en cuanto es descubierto, cunde el pánico general y los niños huyen del agua en estampida, dejándolo solo. Pocos minutos después, un par de policías lo escoltan fuera de las instalaciones, ante la alegría de las familias, que retoman sus actividades recreativas. .

Si bien la potencial peligrosidad de Ronnie no es puesta en duda, son los ciudadanos bienpensantes y alarmados — y en ningún momento él—quienes engendran continuamente acciones violentas, que van en escalada a lo largo de todo el film. En ese sentido y quizás por contraposición, el personaje del pederasta genera sentimientos ambivalentes, que en muchos momentos se acercan a la compasión.

En Little Children no hay buenos ni malos, la delimitación no es sencilla. Lo que indudablemente existe es, en cambio, una espiral de violencia que termina finalmente engullendo a aquel que, en un primer momento, todos temían.


Bibliografía

v Borja, Jordi (2004): “Espacio público y espacio político”. En: Seguridad Urbana. Experiencias y desafíos (Valparaíso, Chile: Programa URBAL)

v Del Olmo, Rosa (2002): “Ciudades duras y violencia urbana”. En Revista Nueva Sociedad, Caracas.

v Hernández, Tosca (2002): “Des-cubriendo la violencia”. En Briceño-León, R. (comp.): Violencia, Sociedad y Justicia en América Latina. Buenos Aires, CLACSO.

v Reguillo, Rossana (1996): “Ensayo(s) sobre la(s) violencia(s): breve agenda para la discusión”. En Signo y pensamiento nº 29/segundo semestre, Bogotá Facultad de Comunicación Social, Universidad Javeriana.



[1] Hernández, Tosca (2002): “Des-cubriendo la violencia”. En Briceño-León, R. (comp.): Violencia, Sociedad y Justicia en América Latina. Buenos Aires, CLACSO. Pág. 66

[2] Borja, Jordi (2004): “Espacio público y espacio político”. En: Seguridad Urbana. Experiencias y desafíos (Valparaíso, Chile: Programa URBAL) Pág. 19

[3] Borja, Jordi (2004): Op. cit. Pág. 19

[4] Reguillo, Rossana (1996): “Ensayo(s) sobre la(s) violencia(s): breve agenda para la discusión”. En Signo y pensamiento nº 29/segundo semestre, Bogotá Facultad de Comunicación Social, Universidad Javeriana. Pág. 2

[5] Del Olmo, Rosa (2002): “Ciudades duras y violencia urbana”. En Revista Nueva Sociedad, Caracas. Pág. 4

[6] Reguillo, Rossana (1996): Op. cit. Pág. 3

[7] Reguillo, Rossana (1996): Op. cit. Pág. 3

[8] Reguillo, Rossana (1996): Op. cit. Pág. 3

[9] Hernández, Tosca (2002): Op. cit. Pág. 58

[10] Reguillo, Rossana (1996): Op. cit. Pág. 4

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