(En)cubriendo la noticia. ¿Clase de periodismo o periodismo de clase?, por Julián Lucero

En el libro “Los orígenes de la Ley Negra”, de E. P. Thompson, publicado en 1975, se afirma que el Estado británico del siglo XVIII existía para proteger la propiedad y, eventualmente, las vidas y libertades de los propietarios. El avance y consolidación del discurso liberal burgués hizo de la institución estatal una herramienta al servicio de los sectores dominantes y hegemónicos. En la actualidad, a pesar de los discursos neopopulistas que afirman lo contrario, la situación sigue siendo igual: los Estados occidentales tienen como finalidad mantener un statu quo y, con ese afán, definen diversas estrategias que no suelen superar el mero gatopardismo. El desarrollo de los grandes medios de masas colaboró fuertemente con esta tarea estatal. Los medios masivos también tienen como discurso principal la defensa de la propiedad y los valores capitalista-mercantiles.

Clemente Penalva sostiene que los medios de comunicación juegan un rol importante en la conformación de representaciones ideológicas de la violencia. Los medios son una institución más y se insertan junto a la escuela, la empresa, el ejército, la Iglesia, el Estado, como agentes socializadores. Estos agentes enseñan (imponen) los modos correctos (legitimados y hegemónicos) de vivir en sociedad y transmiten los valores culturales que serán interiorizados (naturalizados) por los individuos. Así, aparece un factor clave para el análisis de medios: estos son agentes socializadores y se encargan de difundir y naturalizar en los individuos los valores sociales históricamente construidos.

Este carácter socializante de los medios puede verse cotidianamente en cualquier programa informativo o, incluso, en los de entretenimiento o ficción. Para este trabajo se tomaron como ejemplo dos casos de manifestaciones populares. La primera, los sucesos del 26 de junio del año 2002, con las marchas sobre puente Pueyrredón y el asesinato de Kosteki y Santillán. La segunda, el conflicto desatado en septiembre del 2008 en las estaciones Castelar y Merlo del tren Sarmiento. Los casos se analizarán de acuerdo a la cobertura mediática que de ellos hicieron los medios nacionales.

Las manifestaciones de junio de 2002 marcaron uno de los puntos más críticos de la crisis argentina desatada en diciembre del 2001. El caso particular de los hechos del 26 de junio será analizado tomando la transmisión, en crudo, que de ellos hizo canal 13. El video estudiado contenía fragmentos tanto del momento de la marcha y la represión policial como de los días posteriores. Cabe remarcar que al ser un material en crudo, este carecía de toda marca gráfica, títulos o sobreimpresos.

El tema narrado, en un principio, fue la marcha de los piqueteros y su intento de cortar el puente Pueyrredón. Frente a esto, la policía fue presentada como haciendo un “desfile de fuerza”. Luego, la cobertura se focalizó en las voces del comisario Franchiotti y de los piqueteros que denunciaban haber sido reprimidos ferozmente. Finalmente, en un giro absoluto, el canal realizó un relato de corte sensacionalista, humanizado y humanizante, en el que demostró la participación del comisario en la muerte de Kosteki y Santillán, quienes fueron mostrados como jóvenes sanos e idealistas, luchadores que no merecían morir así. De esta manera, el tema de la cobertura hizo el siguiente recorrido: primero, fue la manifestación y corte del puente; luego, se tomaron las declaraciones de la policía y algunos piqueteros intentando dar cuenta de cómo fueron los hechos y la represión; al final, se denunció a Franchiotti y se hizo un relato sensacionalista sobre la muerte de los jóvenes y la ineficacia de las fuerzas de seguridad.

En este caso, es interesante notar que en la cobertura no se insertó al hecho en ninguna serie. Quizás esto pueda explicarse teniendo en cuenta el contexto altamente conflictivo de esos años, en los que las marchas y reclamos masivos eran cotidianos. Pero canal 13 no serializó la noticia y la presentó individualmente, como un hecho particular y concreto. De esta manera, no hubo ningún tipo de identificación de problemas macro o estructurales que dieran cuenta del porqué de la manifestación. El enunciador se colocó en una posición “de sentido común”, ajena al hecho narrado. En este caso en particular, el notero del canal que cubrió la noticia se ubicó como alguien distinto a los “encapuchados” y portadores de palos. Frente a ellos aparecía la figura del orden y la ley, que era la policía. El enunciador pareciera hablar desde este lugar legal y exigía intervención policial. Cuando la represión se desató, se la caracterizó como una enérgica tarea de escarmiento frente a los piqueteros duros, quienes regaron de miedo la zona.

Es notable la tipificación de los protagonistas que se hizo en la cobertura analizada. Por un lado, respecto a los piqueteros, se presentaron distintos matices: estaban los piqueteros duros, que querían cortar el puente y avanzar por allí, no dispuestos a deponer su actitud; también se hace una tipificación general del piquetero medio como un personaje violento (lleva su rostro cubierto y porta palos), lo que es remarcado luego de la represión, cuando en plena retirada, el notero de canal 13 resalta que incendiaron colectivos y dejaron un ambiente de miedo; pero el punto más interesante es cómo se tipificó a Kosteki y Santillán. Conocido el dato de que habían sido asesinados por la espalda por la policía, estos piqueteros pasaron a ser narrados como jóvenes sanos, luchadores, solidarios. Las características que antes hacían del piquetero alguien peligroso, en estos chicos asesinados pasaron a ser simples marcas de identidad, que daban cuenta de su compromiso político.

Por otro lado, en cuanto a las fuerzas de seguridad, en un primer momento se las tipificó como las garantes del orden. Frente a la violencia piquetera, la policía aparecía como una fuerza ordenada, enérgica, cuya tarea indiscutible era restablecer el “orden natural”. Ahora bien, cuando salió a la luz que Franchiotti había asesinado a los chicos, el relato no viró hacia una crítica estructural de la policía. Todo se centró en el comisario, dando un nuevo ejemplo de la perversa lógica de la “manzana podrida”, de los excesos. Franchiotti fue tipificado como una excepción dentro de la fuerza policial, un criminal, pero esta conclusión no se extendió al total de la fuerza.

En el caso de los sucesos de septiembre de 2008 en las estaciones Merlo y Castelar, de la línea ferroviaria Sarmiento, se pueden remarcar algunas semejanzas en la cobertura. Estos hechos fueron analizados a través de diversos fragmentos de la cobertura que hicieron en vivo los canales de noticias (TN, C5N, Crónica, América 24).

El tema principal de todas las coberturas fueron los hechos violentos ocurridos en las estaciones y el incendio de las formaciones. Los pasajeros habían atacado a algunos representantes de la empresa y cortado las vías, impidiendo la prestación del servicio. Así, el tema era que el tren Sarmiento no circulaba por el corte realizado por los pasajeros. Algunos de los títulos sobreimpresos pueden dar cuenta de cuál fue el enfoque de estos canales: “Llegó la policía al lugar. Intentan despejar las vías” (TN); “Pasajeros cortan las vías” (C5N); “Furia de los pasajeros” (América 24); “Locura colectiva. Incendian los vagones” (C5N); “La policía no aparece. Ya van más de 2 horas. No hay un solo detenido” (C5N). Esto da cuenta de que el tema de las coberturas, en general, se circunscribió al corte de vías y el incendio de trenes.

Los hechos no fueron incluidos en serie alguna. En TN se hizo mención a los sucesos de 2005, cuando en la estación Haedo, de la misma línea Sarmiento, los pasajeros prendieron fuego toda la estación, pero esto no excedió la mera alusión. La cobertura en vivo, extendida por horas, de los hechos no tuvo en cuenta ninguna serie informativa. Tampoco se hizo un análisis de los motivos macro de los sucesos. Sólo en Crónica se escuchó la voz de algunos pasajeros indignados que daban cuenta de la situación lamentable del servicio ferroviario. El notero de este canal dejó el micrófono abierto y los pasajeros expresaron toda su bronca y explicaron que todos los días se viajaba mal y que no se podía seguir así. En términos de Teijeiro, Farré y Pedemonte, la presencia de la voz de aquellos que protestan se enmarca en la categoría de “Sujetos individualizados”, en la que el medio solicita información o testimonios a estos sujetos. En los otros medios, si bien hubo voces de los manifestantes, en general sólo se escucharon las voces oficiales de la empresa o de pasajeros “correctos y prolijos” que cuestionaban el accionar de los manifestantes. Se debe resaltar que en este punto de no serializar la noticia, de no explicar motivos macro o estructurales y de narrar los hechos como algo particular, atomizado, coincidieron las coberturas de los dos hechos tomados en cuenta.

Los enunciadores de los distintos canales se ubicaron en el lugar de la ley, ajenos al reclamo popular y exigiendo la intervención policial. En esto también coincidieron las coberturas de los hechos de junio de 2002 y estos de septiembre de 2008. Los periodistas en el piso y los movileros, en general, se colocaron del lado de la racionalidad legal, pidiendo intervención a la policía. Algo interesante de notar en este tipo de coberturas sobre problemáticas que afectan a las clases populares, trabajadoras y marginadas, es la absoluta ignorancia de gran parte de los enunciadores mediáticos. El lugar que toman y su narración de los hechos dan cuenta de una falta de información y experiencia en esas problemáticas. Esta ignorancia puede explicar (pero no justificar) el porqué los enunciadores mediáticos se acomodan en posiciones ajenas, externas a los hechos. Desconocen la cotidianeidad ferroviaria y al enfrentarse a un “estallido de violencia” de los pasajeros, sólo pueden narrarlo como un hecho irracional, excepcional y nunca como una respuesta a las condiciones materiales y simbólicas en las que se viaja día a día en el transporte público.

Como se dijo, los enunciadores pidieron la intervención policial. Este pedido tomó ribetes casi tragicómicos en algunas coberturas, como la de C5N, en la que se pedía casi con desesperación la llegada de las fuerzas del orden (esto puede verse en algunos de los títulos ya puntualizados). Como en la cobertura del corte en puente Pueyrredón, en este caso también se caracterizó a la ley como la garante del orden. La policía representaba a la ley y el orden y lo hacía a través de su capacidad ¿legítima? ¿legitimada? de reprimir y detener a los manifestantes. Frente a la irracional actitud de los pasajeros que cortaban las vías, la policía surgía como quien debía reinstalar la normalidad.

Las diversas coberturas analizadas permiten dar cuenta de la interesante tipificación de los personajes que se hizo. Por un lado, está la “gente”, pasajeros afectados por el corte pero que no participan del mismo. En TN, por ejemplo, se contactó a Edgardo, un pasajero que relataba los hechos y parecía estar de acuerdo con el tipo de cobertura del canal. Esta gente eran los “pasajeros varados” (TN) y “la gente que necesita viajar para trabajar” (C5N). Frente a ellos, estaban los violentos, que cortaron las vías, incendiaron los vagones y atacaron al personal de la empresa. Estos ya no son “gente” como la antes descripta. Son personas irracionales, que buscan generar destrozos y desmanes. La cobertura de C5N llegó a dudar de la cualidad de pasajeros de aquellos que cortaban las vías y rompían los trenes. En un momento de la cobertura, el periodista Fabián Doman llegó incluso a esgrimir como argumento válido y real: “Fíjense la cara de la gente, no son pasajeros”. El lombrosianismo en su máxima expresión. Así, se tipificó a los que cortaban las vías como no-pasajeros, como violentos irracionales.

En cuanto a los personajes oficiales, la tipificación es ingenua y falsamente transparente. El vocero de la empresa, quien fue entrevistado por C5N, es tomado como una persona respetable, portador de verdad indiscutible. En la entrevista no se le hicieron preguntas de fondo y todo quedó en la superficie del conflicto. Por el lado de la policía, personaje grupal representante del orden y la ley, se la presentó como necesaria. Nunca la policía fue presentada como violenta. La única crítica que se le hizo en esta cobertura fue que tardó mucho en accionar y reprimir. Así, los personajes del vocero, los empleados de la empresa y la empresa misma, fueron presentados como víctimas inocentes de los violentos. La policía fue el personaje necesario para recuperar las vías, el orden y la normalidad, por lo que también fue narrado como un personaje inocente.

Para concluir esta primera presentación breve y esquemática de las coberturas de los hechos analizadas, es clave destacar que en ambos casos no hubo ningún tipo de reflexión estructural sobre la violencia. Los relatos mediáticos no dieron cuenta de ninguna causa estructural y siempre se quedaron en lo superficial, lo espectacular y lo emocional. En los dos sucesos analizados estuvo presente la figura del caos. Martín Iglesias afirma que el periodismo ha adoptado una técnica específica para la cobertura de los acontecimientos de expresión pública, en la que se destaca la figura significante del caos. Recurrir a figuras como esta implica desplazar los aspectos más relevantes del hecho y, a su vez, la figura del caos demoniza al sujeto manifestante y espectaculariza los perjuicios que el mismo provoca.

Varios autores coinciden con esta idea de desplazamiento, en la cobertura mediática de hechos de protesta social, de los aspectos más relevantes y profundos. Zeller dice que la violencia en los medios es tratada sin dar explicaciones, sin situar contextos y estructuras sociales y económicas que producen en primera instancia esa violencia. Por su parte, Gerbner retoma algunas investigaciones en las que se concluía que la televisión presenta la violencia desde el punto de vista de los encargados de aplicar la ley. En este movimiento, ignora los aspectos sociales y de fondo. Este aporte que resalta el autor es notable en los sucesos tomados en cuenta en este ensayo. Las llamadas, desesperadas por momentos, de los periodistas para que intervengan las fuerzas del orden, demuestra de qué lado se ubicaron los enunciadores mediáticos. Otro aporte en esta dirección es el de Hernández García, que afirma que en las notas policiales se presenta a los victimarios sin considerar el contexto socioeconómico y político. De este modo, las tragedias de los sectores populares son objeto de curiosidad y morbo, pero nunca objeto de comprensión. Frente a las expresiones de protesta de estos sectores, la clase media y la dominante son incapaces de reconocerse o identificarse. Esta mirada extranjera lleva a una suerte de voyeurismo de clase, como diría Svampa. Los casos de puente Pueyrredón y del conflicto ferroviario de 2008, son ejemplos claros de esto. El drama popular de la exclusión, del maltrato cotidiano, los problemas diarios a la hora de transportarse hacia la ciudad, etc., son tratados desde una mirada extraña (pero no extrañada), externa. Nunca se intenta comprender el por qué y el cómo se llegó a tal situación. Una buena síntesis la ofrece Dominique Wolton cuando dice que el periodismo frecuentemente prefiere el acontecimiento en sí antes que su análisis.

Ahora bien, ¿qué implica esta falta de trabajo comprensivo? ¿Qué efecto de sentido produce que los relatos mediáticos dominantes no hurguen en las causas más profundas de los conflictos y cubran solo la superficie? ¿Es mero sensacionalismo? ¿Es producto de la presión de la competencia lo que inclina a los medios a construir este tipo de cobertura? Definitivamente, la respuesta debe ser negativa. Sin duda hay elementos esenciales de la retórica sensacionalista. Las coberturas analizadas tienen mucho de los elementos sensacionalistas clásicos: imágenes de alto impacto, fotografías de cuerpos heridos, sangre, corridas, periodistas agitados por la conflictividad de la escena. Hay, también, presiones de orden mercantil, impuestas por la competencia entre canales que antes que nada son empresas periodísticas que buscan lucrar, para lo cual necesitan captar la mayor cantidad de público posible. El autor Denis McQuail, afirma en su trabajo “La acción de los medios” que “sin una narración atractiva ni interés humano, es improbable que las noticias se difundan o tengan el mismo valor como bien en el mercado de la información”. Así, este autor permite incluir la instancia del mercado en el análisis. Continúa McQuail: “la tradición periodística del interés humano se relaciona con el concepto peyorativo de “sensacionalismo”, que habitualmente define una excesiva apelación a las emociones y los sentidos. A menudo se manifiesta en títulos, filmaciones o fotografías espectaculares, en un enfoque centrado en lo individual y un gran interés en la delincuencia, los desastres, el sexo y la violencia”. Luego de estas afirmaciones, el autor dice que se hace difícil determinar cuándo se traspone el umbral de lo que se necesita para atraer y retener la atención de la audiencia y comienza a disminuir la calidad de la información ofrecida.

Sin embargo, la explicación no puede clausurarse en estos aspectos mercantiles o sensacionalistas. Al principio del ensayo se afirmó, retomando algunas propuestas de Thompson, que los medios masivos eran agentes socializadores y que reforzaban los valores hegemónicos de una sociedad en particular. Es imposible que en una sociedad occidental burguesa haya medios masivos contrahegemónicos. Puede haber medios alternativos, desde ya, pero no serán masivos. La contrahegemonía es, por definición, no masiva ni legitimada. Caso contrario, no sería contrahegemonía. Penalva sostiene que en el tratamiento mediático de la violencia se la instala como algo normal y natural. Entonces, la violencia es despojada de su carácter histórico e interactivo. Al negarle su historia y cualidad relacional, se da una visión estereotipada, trivial de la violencia, lo que conduce a la desinformación.

En consonancia con la propuesta inicial, Pereyra sostiene que los discursos informativos pueden entenderse como relatos de control social, que naturalizan el accionar represivo. A su vez, es plausible pensar estos discursos como mecanismos de exclusión simbólica, ya que los sectores populares que son sujeto de los relatos son criminalizados. Las protestas sociales, continúa el autor, son construidas en los medios a partir de sus efectos y no de sus causas. El peso de la noción de caos es clave, ya que al focalizar el conflicto en el caos que genera (de tránsito, por ejemplo), se despolitiza la protesta. Esto es evidente en las coberturas analizadas. El caso del corte de vías es ejemplo claro. El peso informativo estuvo en el corte y los problemas generados por el mismo. Ahora bien, las causas que llevaron a esa situación no fueron analizadas y los manifestantes que cortaron las vías e incendiaron los vagones fueron estigmatizados y catalogados como violentos e irracionales.

La cobertura de C5N sobre este tema es la más clara al respecto. Fue la que más hincapié hizo en la necesidad de reponer el orden y no dudó en hacer un pedido explícito a la policía para que intervenga, reprima, detenga manifestantes y ordene la situación. Incluso, los periodistas dudaron de si eran o no pasajeros los que hacían el corte y llegaron a afirmar que la protesta parecía más una “estudiantina en un ferrocarril”. Los periodistas destacaban que la gente se reía y divertía. Hacían sonar la bocina del tren y todo parecía un chiste. Finalmente, un periodista desde el piso preguntó a la movilera si, aparte de destrozar los trenes, los “piqueteros” estaban robando, lo que demuestra el prejuicio y estigma que el medio reprodujo.

Estas construcciones discursivas tienen como efecto de sentido el deslegitimar el reclamo popular. Si los que realizan el corte son irracionales, violentos, ladrones, se ríen, etc., entonces su reclamo es ilegítimo. Esta ilegitimidad habilita la represión sin cargo de conciencia. La represión, en este contexto, aparece como algo inevitable, deseable y de ningún modo violento. Sólo se pide represión para sacar a unos delincuentes de la calle o las vías. Así, los excluidos materiales de la sociedad son excluidos simbólica y políticamente, sus reclamos son acallados. Ahora bien, esta estrategia discursiva es perversamente inevitable en una sociedad capitalista burguesa. Los discursos informativos no pueden afirmar que tamañas manifestaciones son producto de la lógica misma del sistema. Justamente por eso es necesario deslegitimar los reclamos, mostrarlos como irracionales. De no hacer esto, el carácter de dominación y represión del sistema se harían evidentes. Dice Pereyra que al ejercer su poder simbólico, los medios colaboran a este ocultamiento de la dominación y excluyen a los dominados de la agenda política y los presentan como otros-peligrosos.

Es interesante realizar un desvío ahora y considerar la cuestión del otro. Dice el filósofo francés Emmanuel Levinas: “El Otro no es en modo alguno otro yo mismo, que participe conmigo en una existencia común. La relación con el Otro no es una relación idílica y armoniosa de comunión o una simpatía gracias a la cual nos ponemos en su lugar; reconocemos al Otro como semejante pero exterior a nosotros”. Es decir, y esto puede sonar como una verdad de perogrullo, el otro es lo distinto al yo, lo externo, lo ajeno, incluso aunque se comparta un espacio común. En la misma sintonía, Roger Silverstone dice: “La otredad se refiere al hecho de que allí afuera hay algo que no soy yo, que no es de mi hechura ni está bajo mi control; distinto, diferente, fuera de alcance, pero que ocupa el mismo espacio, el mismo paisaje social”. Con estos aportes resuenan fuertemente los ecos de la díada civilización/barbarie. Los medios, al presentar a las clases populares, dominadas y subalternas, como otro peligroso, irracional, violento, las está separando de un nosotros, representante este del orden, la ley y las buenas costumbres. Por esto, el periodista de C5N puede dudar de la honestidad del reclamo de la gente y puede decir que con solo mirarle la cara a los manifestantes uno se puede percatar de que no son pasajeros, trabajadores honestos. O sea, al mirarle la cara, nos podemos dar cuenta que no son como uno, son otros. Y esto es un peligro.

Para finalizar la digresión, es clave el aporte de Josefina Ludmer para tener más elementos a la hora de analizar la cobertura mediática del delito, la protesta social o la violencia cotidiana. Dice la autora: “El delito es un instrumento conceptual particular; no es abstracto, sino visible, representable, cuantificable, personalizable, subjetivizable. (…) El delito funciona como una frontera cultural que separa la cultura de la no cultura, que funda culturas, y que también separa líneas en el interior de una cultura. Sirve para trazar límites, diferenciar y excluir”. Al referirse al sujeto manifestante como otro violento, se lo diferencia y excluye en diversos sentidos. Así, como ya se mencionó, los excluidos sociales y económicos, son excluidos también, a través del discurso mediático, como sujetos políticos capaces de expresar sus reclamos.

Frente a críticas como las que se presentan en este trabajo, los periodistas podrían argumentar que sus condiciones de trabajo conducen, invariablemente, a reproducir estereotipos y a cometer ciertos excesos. La urgencia de la primicia, la presión de la competencia y el trabajo en vivo y en directo son factores que atentan contra la rigurosidad periodística y explican algunos desajustes y equivocaciones. Algunas de estas características de la práctica concreta del periodismo son analizadas por Esteban Rodríguez, en su trabajo “Cubriendo la noticia”. El autor se focaliza en el rol que cumplen los movileros en las coberturas de la protesta social. A pesar de poder reconocer que las características propias del trabajo en la calle y en vivo son capaces de alterar la información ofrecida, esto no puede funcionar como excusa liberadora o justificación. Rodríguez afirma, concordando con lo ya expuesto, que el periodismo utiliza la legalidad de turno como el prisma con el que enfocar las relaciones sociales. De esta manera, el periodismo colaborará, inevitablemente, a perpetuar un estado de situación y descartará todo tipo de cuestionamiento al mismo.

Una de las primeras características que señala Rodríguez es que en el periodismo actual la noticia vira hacia la caricatura, ya que el hecho se releva a partir de una subjetividad en particular. Este gesto implica que no se confronta la multiplicidad del mundo, sino que todo se reduce a la singularidad de algún personaje involucrado. Así, el personaje, en los ejemplos considerados, podría ser un piquetero con el rostro tapado, Kosteki y Santillán, construidos como individualidades heroicas y víctimas de los excesos de un comisario, o los manifestantes que se ríen mientras rompen una locomotora y tocan la bocina. El hecho global se reduce a este tipo de personajes, individualizando el conflicto y dando una lectura parcial, descontextualizada y sin historia. Vinculado a esto, el autor sostiene que la criminalización es una de las formas para evitar la politización de lo social, para negar el carácter conflictivo de la convivencia social. Como ya se señaló, al deslegitimar una protesta y a los manifestantes, se vacía de contenido al hecho y se justifican las acciones represivas.

Lo más interesante del trabajo de Rodríguez es su caracterización del trabajo del movilero. Él lo caracteriza como periodismo burocrático, el indicado para cubrir desde un robo pequeño hasta un estallido de violencia social. Lo notable es que los movileros recurren a las mismas herramientas para narrar todo tipo de hechos, lo que conduce a estandarizar lo social, a vaciarlo de toda su densidad y complejidad. El movilero disciplina a la realidad, ya que no tiene tiempo, y con ese afán recurre a técnicas siempre iguales. Una de estas técnicas, por llamarla de algún modo, es el maniqueísmo. Con el maniqueísmo, el periodismo logra organizar la realidad de un modo claro, conciso e ilusoriamente transparente. De esta manera, habrá piqueteros (violentos, irracionales, malos) y policías y “gente como uno” (civilizados, ordenados, racionales, buenos). Esta lógica supone una simplificación total de los hechos. En lo vinculado a la violencia, está será relacionada a taparse la cara, llevar palos, prender fuego un tren o colectivo, pero nunca se trazará un vector entre violencia y Estado, policía, represión. Hay una imposibilidad de comprender la violencia estructural que sufren los manifestantes. La violencia estructural, dice Rodríguez, es intelevisible, no puede relevarse con facilidad, por lo que no responde a los imperativos simbólico-técnicos de los grandes medios.

Es necesario hacer una crítica puntual al trabajo de Rodríguez. Si bien es cierto que el periodismo suele reproducir las condiciones de existencia y dominio imperantes, sin discutir la legitimidad de las mismas ni dar lugar a expresiones que potencialmente podrían trastocar ese orden, este no debe llevar a tomar posturas académicamente populistas. En el texto del autor sobrevuela una suerte de debilidad conceptual en torno a la violencia. Por un lado, se resalta el carácter violento del Estado, de las condiciones materiales y de los discursos mediáticos. Pero por otro lado, no se cuestiona la violencia misma de los actos de protesta. Es decir, el texto no cuestiona a la violencia como modo de convivencia e interacción. Es populista ya que de alguna manera justifica y enaltece la violencia de los dominados al enfrentarse a los dominantes. Pero esta violencia no deja, valga la tautología, de ser violencia. Obviamente hay una cuestión de escala insoslayable: la violencia estructural y del aparato estatal es incomparable con la violencia popular. Se debe ser firme en la crítica e impugnación a todo tipo de violencia estatal y se puede tener una visión más matizada respecto a la violencia social y popular. Pero esto no debe conducir a un elogio de la violencia popular. El riesgo de una postura como la de Rodríguez es que puede caer en lo mismo que critica. Él dice que para los medios sólo es violencia taparse la cara, cortar una calle o incendiar un colectivo, pero nunca toman como violencia la actuación expulsiva y excluyente del Estado. Ahora bien, el argumento opuesto es igualmente falaz: considerar como violencia solamente al accionar estatal y caracterizar a la protesta social como una suerte de respuesta a esa violencia original, es lo mismo. El maniqueísmo no se supera y la violencia sigue siendo acentuada como modo positivo de interacción social. Desde ya, esto no debe leerse como una incitación a la pasividad social. En el estado de situación actual, es justificable que los sectores más postergados y excluidos se expresen de la manera que puedan. Sería cínico pedirle a estos sectores que tomen medidas no violentas cuando ellos son diariamente violentados por diversas instancias políticas, económicas, sociales, simbólicas. Sin embargo, a la hora de la reflexión aplacada se debería pensar la violencia como modo de interacción y generar un pensamiento crítico más estructural y de fondo para construir alternativas más liberadoras.

Para finalizar con los aportes de Rodríguez, es buena su puntualización de las peculiaridades del trabajo movilero. Algunas son: fragmentación y trivialización, urgencia, maniqueísmo, autobombo (característica que en los ejemplos se puede ver claramente cuando la movilera de C5N apenas puede hablar por el efecto de los gases, y tose y expresa que es muy difícil trabajar en esas condiciones. En este caso, el eje de la noticia se corre y cobra protagonismo el notero), descontextualización (en los ejemplos esto se refleja, ya que nunca hay menciones a las características y condiciones de fondo de los conflictos), entre otras. En relación a esto, es inevitable recordar algunas propuestas de Wolton sobre el tema de la transmisión en directo. En su libro “Pensar la Comunicación”, él afirma: “La información ‘en directo’ sobre las crisis permite saber en seguida, sin que esto forzosamente contribuya a explicarlas o a resolverlas mejor. Los hechos atropellan todo. Los medios se encuentran atrapados en la misma agitación que los actores de la crisis, aunque su papel debería ser, al contrario, contemporizar y permitir a unos y otros tomar un poco de distancia. (…) Lo directo no es sinónimo de verdad y el sentido es aún más difícil de extraer cuando uno se apega a los sucesos. La paradoja es que cuanto más en directo estamos, más necesario es reintroducir la distancia”. Los avances técnicos han permitido que los medios bombardeen informativamente al espectador. La información es omnipresente y se ha consolidado una lógica tiránica del instante, de saber todo en todo momento y mantener un ritmo irrefrenable. El peligro, advierte Wolton, es que esto impide la toma de distancia y el pensamiento crítico. La fascinación por la primicia, por estar en el lugar de los hechos, por transmitir todas las sensaciones, los ruidos explosivos de las escopetas, los estallidos de los gases, etc., lleva a que el periodismo se meta tanto en la escena que deja de informar, deja de tomar distancia. Esto se traduce en desinformación y en un lógico afianzamiento de estereotipos y estigmas que facilitan, en tanto atajos de conocimiento, la cobertura mediática.

A modo de cierre, es pertinente retomar lo dicho en primera instancia: los medios de comunicación son agentes socializadores y están insertos en un determinado régimen socioeconómico que sustentan. La cobertura mediática de la violencia suele ser superficial y acrítica. Esto ha quedado demostrado a lo largo del texto. Los medios masivos son, a su vez, empresas que compiten en un mercado y esto genera presiones para ofrecer los mejores productos y garantizar así las mayores ventas o audiencias. De este modo, los medios masivos aparecen como agentes empresariales que se mueven y lucran en un determinado sistema y harán lo posible para sostenerlo. Las características de la cobertura mediática de la violencia o la protesta social es un caso ejemplar de esta cualidad conservadora de los medios. Se busca cubrir la noticia lo más rápido posible, en vivo, en el lugar de los hechos para tener el mejor producto que ofrecer. Este “meter las narices en la escena” conlleva los riesgos de no tomar distancia crítica. A su vez, además de intentar ubicarse lo mejor posible frente a la competencia, los medios son agentes de poder y responden al discurso hegemónico de una sociedad. Por esto mismo son incapaces de adquirir una perspectiva más estructural y crítica respecto a la protesta social. Hacerlo implicaría poner en crisis el sistema mismo del cual ellos son parte. Se debe deslegitimar a los manifestantes y sus reclamos y exigir la intervención del Estado y la policía, para salvaguardar la entereza del régimen que garantiza sus ganancias. Ahora bien, estas críticas no deben conducir al periodismo a tomar enfoques populistas que justifiquen la violencia secundaria de los manifestantes, frente a las imposiciones estatales y dominantes. La cuestión es harto compleja ya que el periodismo se encuentra a veces en el dilema de apoyar las medidas de protesta popular (legitimando la violencia que estas suponen) o desconocerlas y defender un estado de situación opresivo (violento este a su vez). En todo caso, el objetivo debería ser lograr tomar suficiente distancia crítica y cuestionar a la violencia misma como modo de interacción social. Quizás este cuestionamiento pueda abrir una puerta que permita vislumbrar nuevos escenarios para la construcción de una sociedad más igualitaria y pacífica.

BIBLIOGRAFÍA

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