¡Que miedo sensacional! La Nación y su cobertura del delito y el crimen, por Julián Lucero

Para este trabajo se eligió el hecho policial del asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea, ocurrido el 21 de octubre de 2008, en la localidad bonaerense de San Isidro. El análisis se hará sobre la cobertura realizada por el diario La Nación, entre los días 21 y 27 de octubre. La noticia fue seleccionada ya que fue un hecho que movilizó al ambiente mediático informativo y reactivó debates sociales (como la cuestión de la edad de imputabilidad de menores o de cómo combatir la “ola de inseguridad”). En total se trabajó con 21 notas. La consulta fue realizada en el sitio web del diario y se incluyeron todas las noticias que aparecieron entre las fechas ya indicadas. Es decir, no se discriminó entre noticias impresas y las que se publicaron sólo en el portal web del matutino. Esta decisión fue tomada con el objetivo de indagar más a fondo el tratamiento noticioso de los hechos delictivos. La realidad actual del mercado informativo indica que muchos lectores acceden a la información a través de los sitios web de los medios. Con este dato en mente, se tomaron todas las noticias vinculadas al hecho que aparecieron en la página del diario.


El estudio se realizó siguiendo los ejes propuestos por el siguiente cuestionario. Cada ítem fue contestado brevemente debajo de la pregunta correspondiente para hacer más clara y precisa la exposición.



CUESTIONARIO GUÍA



1- Tema. ¿Se inscribe el delito en alguna serie? ¿En cuál?



El tema de las notas analizadas es la inseguridad. Luego del asesinato de un ingeniero en San Isidro, La Nación realizó una cobertura extensa sobre el tema en particular y sobre los issues adjuntos, como ser la inseguridad en el conurbano o la problemática del delito juvenil. No se circunscribe el tema al hecho puntual, sino que este es inserto en la serie informativa de la inseguridad, que toma diversas nomenclaturas mediáticas: “Ola de inseguridad”, “La inseguridad nuestra de cada día”, entre otras. Así, el asesinato de Barrenechea se inserta en la serie temática Inseguridad. En este caso en particular, se podría decir que existió una sub-serie ya que entre los meses de junio y julio del 2008 habían tenido lugar otros tres asesinatos en San Isidro que movilizaron la atención flotante de los medios. En la edición del 26 de octubre, en una nota titulada MARCHA EN SAN ISIDRO, se puede leer: “El crimen de Barrenechea se sumó a los asesinatos en ocasión de robo del comerciante Ernesto Mata, del ingeniero químico Carlos Regis y del abogado Enrique Friol, ocurridos entre junio y julio pasado.” Así, el diario hace referencia a la serie de asesinatos en San Isidro e inserta el caso Barrenechea en esta seguidilla de hechos. A su vez, esta sub-serie (inseguridad en San Isidro) se inserta en la serie mayor de Inseguridad en el conurbano.



2- Contextualización de la información. ¿Se reconocen motivos macro?



A lo largo de la cobertura, la información sobre el asesinato fue enmarcada y contextualizada de modos estigmatizantes y prejuiciosos. En general, fueron varias las menciones geográficas. El asesinato ocurrió en Acassuso, localidad de San Isidro, partido lindante a una villa conocida como La Cava (en la localidad de Beccar). En diversas notas se mencionó a La Cava (por ejemplo, el 21 de octubre, la nota POR LA INSEGURIDAD, DECLARAN EN EMERGENCIA EL MUNICIPIO DE SAN ISIDRO; el 22 de octubre, la noticia SÓLO UNO DE LOS DEMORADOS ESTARÍA VINCULADO CON EL CRIMEN DEL INGENIERO EN SAN ISIDRO). A estas puntualizaciones sobre La Cava, se sumaron otras referencias geográficas del Conurbano bonaerense. De esta manera, la información se ubicó en el contexto de “inseguridad” en el conurbano, lugar donde las villas o asentamientos son puntos “calientes” y “peligrosos”.


Ahora bien, este tipo de contextualización tuvo una impronta discriminatoria, ya que nunca se hizo mención de motivos macro ni estructurales. Es decir, sólo se puntualizaba que la investigación se realizaba en asentamientos del conurbano y se sospechaba de La Cava como un “aguantadero”, pero jamás se presentaron pruebas concretas de estas sospechas. Así, sólo se reprodujo un estigma social vigente de hace décadas que caracteriza al Conurbano como un “Otro” lugar peligroso y hogar de delincuentes. Lo más interesante al respecto, es que aún después de que la policía detuvo a varios sospechosos en un asentamiento de La Matanza, toda la cuestión seguía girando en torno a La Cava. Desde el primer día se estableció que esta villa era peligrosa y se exigió el establecimiento de una guardia de Gendarmería (pedido respondido por Aníbal Fernández días después). Esto muestra a las claras el estigma territorial y social que padece La Cava, ya que a pesar de que todos los allanamientos fueron realizados en La Matanza y los sospechosos también fueron detenidos en esta localidad, se seguía mencionando a La Cava como el lugar peligroso.


En ninguna de las notas trabajadas se habló de la situación de los detenidos y sospechosos. Hubo un trabajo de descripción de la familia Barrenechea, pero no se hizo lo mismo con los victimarios. Quizás, haber hecho esto podría haber indicado algún motivo macro o de fondo. La cobertura fue superficial, de tono sensacionalista y nunca se pusieron en foco las problemáticas estructurales que sufre una sociedad como la argentina, en especial, en las zonas más relegadas del Conurbano. A lo largo del tratamiento noticioso del hecho, La Nación apeló a sus lectores para que participen y opinen sobre cómo solucionar el acuciante tema de la inseguridad (el 22 de octubre, se habilitó un espacio de opinión titulado: PARTICIPACIÓN: ¿CÓMO CREES QUE DEBERÍA COMBATIRSE LA INSEGURIDAD?; el 24 de octubre, hubo otra nota basada en opiniones de lectores, titulada: LOS LECTORES DE LANACION.COM CREEN QUE NO ALCANZA CON BAJAR LA EDAD DE IMPUTABILIDAD). En estas opiniones tampoco hubo un análisis macro. En general, hubo un acuerdo en que la respuesta inmediata debía ser bajar la edad de imputabilidad. Sin embargo, es interesante lo publicado en la nota mencionada del 24 de octubre. En la misma, se recopilaron comentarios de los lectores y entre los que afirmaban que el tema de la imputabilidad no era el único camino, algunos vinculaban sinonímicamente el tema de la pobreza y la falta de educación con el delito. De este modo, incluso los que discutían la medida de bajar la edad de imputabilidad, tampoco propusieron argumentos de fondo y no pudieron exceder cierto razonamiento lineal y legitimista: la delincuencia es producto de la falta de educación y de la pobreza.


Por lo dicho, se repite que no hubo ningún reconocimiento de motivos macro sobre el tema de la inseguridad. La cobertura hizo una contextualización geográfica de los sucesos pero no ahondó en cuestiones de fondo ni propuso una reflexión sociocultural sobre el tema.




3- Tipificación de víctimas y victimarios. ¿Cuáles son los rasgos predominantes? ¿Aparecen marcas de clase?



A lo largo de la cobertura, se tipificó a las víctimas (la familia Barrenechea) bajo el modelo “Gente como uno”, gente como el lector arquetípico de La Nación. Así, desde el primer día se incluyeron galerías de fotos en las que se podía ver al ingeniero asesinado como una persona familiera, inocente, divertida. En las marchas convocadas por el hecho, los oradores (Juan Carr, el rabino Bergman y familiares de las víctimas) hicieron referencias a la excepcionalidad de los asesinados en San Isidro (refiriéndose, además de a Barrenechea, a los casos ocurridos entre junio y julio). De este modo, la cobertura tipificó a las víctimas como ciudadanos comunes, inocentes, positivos para la comunidad. Es notable como esta tipificación reactiva el par antagónico civilización/barbarie. En una nota del 27 de octubre, se mencionan los textos de dos pancartas sostenidas por manifestantes de una marcha por la inseguridad. Las mismas decían: “BASTA DE VIOLENCIA EN NUESTRA CIUDAD” y “NO SIEMPRE LAS COSAS LES PASAN A LOS DEMÁS”. Pareciera que el problema es que la violencia se ubique en nuestra ciudad y que afecte a nosotros. En su participación, Juan Carr afirmó que les habían quitado a otro vecino. Es decir, mataron a uno como nosotros.


Aquí es pertinente retomar las propuestas de Pereyra en su trabajo “Cartografías del delito, territorios del miedo”. En este texto, el autor afirma que en las noticias policiales se vincula al crimen con la peligrosidad generalmente atribuida a determinados espacios urbanos. El rasgo más novedoso de este trabajo es su foco en la territorialidad: a diversos espacios (como villa La Cava en el caso de referencia) se les asigna el rótulo de peligrosos (más aspectos de este punto fueron detallados en la pregunta 2). Pero la queja de los vecinos, retratadas en las notas periodísticas, no pedían eliminar la peligrosidad de esa zona, sino que buscaban protección, buscaban que no haya roces ni cruzamientos entre los habitantes de esos lugares (los otros) y los del barrio (nosotros). De este modo, el problema no es la pobreza ni la coexistencia entre ricos y pobres. La cuestión pasa por la cercanía, por tener pobres cerca, por tener a otro a nuestro lado. Por eso mismo, el problema de la violencia como puede inferirse de la pancarta citada arriba, es que la violencia esté cerca del nosotros.


Los rasgos predominantes de las víctimas concretas, reales y también de los victimizados, fueron: su excepcionalidad humana, su calidad cívica, su buen humor, inocencia, ser familieros. Como hipótesis, podría plantearse que la extensa cobertura ofrecida por La Nación a este asesinato se debe a que el protagonista era un tipo de persona y ciudadano que concordaba con el lector modelo del diario. Si efectivamente esto fuese así, el contrato de lectura de La Nación sería una clave para entender el porqué de una tan extensa y productiva cobertura. Aquí podrían aparecer las marcas de clase: con el asesinato de Barrenechea, como se mencionó, se mató a “gente como uno”. Los sectores de clase media/alta reaccionaron con fuerza frente al hecho. Lo mismo había ocurrido con Axel Blumberg. Su padre, Juan Carlos, acompañó las marchas de la comunidad sanisidrense. Hubo una suerte de comunión de intereses de los sectores dominantes y hegemónicos, ya que sus integrantes estaban en peligro por algunos “Otros” que venían de las villas o de las zonas postergadas del Conurbano. Lo notable, como último comentario, es que estos mismos sectores no se movilizan frente a los hechos de inseguridad ocurridos en localidades más pobres. No hay marchas de sectores medios/altos reclamando la aparición de Luciano Arruga. En este tipo de datos se pueden ver las marcas de clase.


Respecto a los victimarios, fueron varias las menciones a su calidad de menores habitantes de villas. En la nota del 26 de octubre, REVELÓ UN DETENIDO CÓMO ASESINARON AL INGENIERO BARRENECHEA, se dice lo siguiente:



Según establecieron los investigadores, después de asaltar y asesinar al ingeniero, los malvivientes robaron en tres casas de San Isidro en menos de una hora y media. En ese raid delictivo, la banda, integrada por cinco ladrones de entre 15 y 18 años a los que les gustaba sacarse fotos con sus armas para luego enviárselas entre sí a los celulares…”.



Los victimarios son menores insaciables por robar y con ciertas características irracionales o peligrosas, como lo deja entrever el hecho remarcado de que se sacaban fotos con sus armas. Estos menores son provocativos, violentos y se ufanan de serlo. En la crónica de los hechos que se ofrece en la nota, se focaliza más el carácter violento e impune de estos menores, quienes asesinaron al ingeniero a quemarropa.


Los rasgos predominantes de la tipificación de los delincuentes fueron: el hecho de ser menores de edad, irracionalidad, impunidad, violencia, peligrosidad. Las marcas de clase se explicitaron, por ejemplo, en una nota del 27 de octubre, titulada LAS PRUEBAS INEQUÍVOCAS DEL TEMOR, en la que se dice que la inseguridad no es una sensación y que “la paz se escapa sin remedio por los agujeros negros del conurbano bonaerense”. Además, desde el principio de la cobertura se establecía a La Cava como el lugar sospechoso y peligroso, incluso cuando los detenidos eran de La Matanza. Así, se reprodujo el estigma de clase sobre el asentamiento La Cava. Luego, los participantes de las manifestaciones eran vecinos y la gente, colectivos que no incluían a los habitantes de La Cava ni de lugares más postergados de la zona. Ya fue puntualizado más arriba cómo sigue presente la matriz civilización/barbarie y la tipificación de los delincuentes también da cuenta de esto.



4- Ubicación del enunciador. ¿Hay un enunciador tipo?



En la cobertura del hecho de referencia, el enunciador, esto es, el diario La Nación y su línea editorial, se ubicaron como portadores de racionalidad y como portavoces de las problemáticas que más aquejan a su lectorado de clase media/alta. El diario tomó una postura que lo ubicó como la voz de los vecinos, de los familiares de las víctimas de la inseguridad. Pero eso sí, de las víctimas de la inseguridad de cierta zona (San Isidro), pertenecientes a los sectores más ricos y dominantes de la sociedad. Desde esta posición, la enunciación del diario construyó un mundo posible dicotómico, en el cual los “buenos vecinos” y los ciudadanos comunes estarían amenazados por la ola de inseguridad, cuyos motivadores son los habitantes de asentamientos populares o personas provenientes de zonas “peligrosas” del conurbano. Esta narración del mundo que ofrece La Nación implica, como ya se dijo más de una vez, la reproducción de estigmas y divisiones sociales entre ricos y pobres, entre “la gente” y los otros. El enunciador mediático hace propio el reclamo por más seguridad y lo apoya diariamente. Un caso vinculado a esto roza el humor negro pero es interesante de remarcar. El 21 de octubre, el diario publica en los Obituarios un mensaje de amigos de la familia Barrenechea, en el que se dice que el ingeniero murió por la sensación de inseguridad. El diario no sólo publicó esto en la sección correspondiente, sino que en su sitio web lo resaltó y colocó como noticia autónoma. Así, el diario se sumó, en su enunciación, a las críticas que sostienen que la inseguridad no es sólo una sensación. El enunciador se ubica, a fin de cuentas, como portavoz de estos sectores que se sienten particularmente atacados por las franjas más pobres de la sociedad.


Los diversos enunciadores empíricos del diario sostienen que la situación no da para más, que la “ola de inseguridad” es irrefrenable, que el Conurbano es tierra de nadie. Toman una posición moralizante y proponen algunas medidas para combatir esto, aunque en realidad, la cuestión pasa por bajar la edad de imputabilidad. Si bien se remarca la necesidad de mayor inclusión y educación, estas menciones tienen un tono más bien de corrección política antes que convencimiento ideológico, ya que se tomen las medidas de fondo que se tomen, lo más urgente es hacer imputable a los menores a partir de los 14 años.


El tipo de enunciador es variable. Por momentos, es un enunciador testigo, que presencia los hechos en una marcha y replica los comentarios de los vecinos; en otras ocasiones, el enunciador se presenta omnisciente y es capaz de contar los diálogos exactos en el momento del crimen; finalmente, hay notas como la de Graciela Guadalupe, del 27 de octubre, titulada LAS PRUEBAS INEQUÍVOCAS DEL TEMOR, en la que la redactora parece ser una familiar de las víctimas de inseguridad. En esta nota es como si la mediación periodística desapareciese y estuviera escribiendo alguno de los asistentes a las marchas por la inseguridad. Es decir, hay total identificación entre el enunciador y el destinatario, hasta tal punto, que sus discursos son indistinguibles.


La ubicación general del enunciador, en este caso, se caracteriza por ponerse del lado de la ley, del respeto a la sociedad instituida, a los vecinos y buenos ciudadanos. Se hacen diferencias entre “la gente” y los Otros, victimarios de familias como los Barrenechea. Frente a “la gente” estarían los “malvivientes”, categoría rica para ser analizada en profundidad, ya que establece que hay modos de vivir que están mal, gente cuya vida es mala. Ahora bien, ¿quién y cómo establece el “bienvivir”? El enunciador, a fin de cuentas, se ubica como un “buenviviente” asustado por la inseguridad.



5- Construcción del ámbito criminal, de la naturaleza del crimen y del o los criminales. ¿A qué imaginarios o representaciones sociales remite?



La construcción del ámbito criminal que realizó La Nación lo constituyó como un espacio marginal, a los costados de los barrios civilizados. Las referencias a la procedencia o escondite de los delincuentes siempre marcaron a las villas y zonas postergadas del Conurbano como los lugares más peligrosos y factibles de dar asilo a los malvivientes. Así, remite al imaginario social que señala a los asentamientos como los espacios más inseguros y peligrosos. Las villas son representadas socialmente como lugares anárquicos o, mejor dicho, con un tipo de organización no racional, en donde las problemáticas se solucionan de modos no entendibles para los ciudadanos de barrios residenciales.


En el caso del crimen de Barrenechea sucedió que el hecho fue un ejemplo del imaginario más terrible para las personas: que delincuentes irrumpan en el hogar y pongan en peligro a la familia (este miedo sólo es superado por el miedo de las mujeres a ser violadas). La naturaleza de este crimen, de este asalto en el espacio privado y el asesinato a sangre fría, despierta la representación social de que ya no hay lugar seguro, de que todos podemos ser víctimas, que todo está perdido ya que ni siquiera en el hogar uno puede estar seguro. Una vez franqueada esta barrera, ya no quedan más barreras.


Respecto a los criminales, en los últimos años se ha construido e impuesto fuertemente el imaginario que vincula de modo directo al crimen con la minoridad. El asalto a Barrenechea y su asesinato en manos de menores de entre 15 y 18 años, puso este imaginario en el centro de la escena y reavivó los debates en torno a modificaciones en la ley penal. Este tipo de criminales son representados como jóvenes perdidos, violentos y que no dudan en matar a quemarropa a quien sea con tal de alcanzar su objetivo delictivo. Son irracionales y se manejan por las afueras de la civilización, por lo que es necesario mostrarles el buen camino y el buen-vivir. Por eso, junto a las consolidadas propuestas represivas, se encuentran las más legitimistas que establecen que estos jóvenes deben ir al colegio y hacer algo de sus vidas (como si no hubiera delincuentes mayúsculos con altas distinciones universitarias y educativas).



6- Construcción del verosímil.



El punto más notable en toda la cobertura es la recurrencia de las mismas fuentes. Siempre se recurre a fuentes oficiales, policiales, judiciales o cercanas a la investigación. Las otras fuentes utilizadas son familiares de víctimas o vecinos indignados por los hechos. Como bien dice Gomis, toda fuente es interesada y la lectura inteligente de un medio implica cuestionar por qué la fuente quiso que algo se publicase. Parte de la construcción del verosímil estriba es citar fuentes informativas y en identificarlas. En estas noticias analizadas, se identifica al jefe y la subdirectora de la DDI de San Isidro, al Intendente Posse, al Gobernador Scioli, al Ministro Stornelli y a fuentes policiales (de las cuales no se dan los nombres).


Otra estrategia en la construcción del verosímil es la narración en detalle de los hechos y del lugar de los hechos. En la nota del 21 de octubre se dan datos exactos vinculados al hecho: “El hecho ocurrió alrededor de las 7 cuando el ingeniero supuestamente abrió el portón de hierro de su casa -de la calle Perú 725, entre la Avenida del Libertador y Pedro Goyena, de la localidad bonaerense de Acassuso”. En otra nota, del 26 de octubre, se recurre a la dramatización y ficcionalización de los hechos:


Callate si no querés morir. ¿Dónde está tu patrona?’, le dijeron a la empleada doméstica mientras le apuntaban a la cabeza con la pistola calibre 45 plateada. (…) Al llegar a la planta alta redujeron a Barrenechea, a su esposa y a sus cuatro hijos. Después de guardar todos los objetos de valor en una mochila negra de corderoy gastado, uno de los delincuentes le gritó a Barrenechea: ‘¡Dame más guita o secuestro a tu hijo!’ ‘Ya te di todo lo que tengo, llevate todo lo que quieras, no le hagas nada a mi familia’, respondió el ingeniero, mientras se ponía delante de uno de sus hijos” (el remarcado es nuestro)


En la nota del 25 de octubre, APRESAN AL PRESUNTO ASESINO DEL INGENIERO, la narración se torna más detallista aún


Eran las 6.53 y Barrenechea y su familia dormían en los dormitorios de la planta alta. Entonces, los asaltantes subieron con la empleada y, a punta de pistola, encerraron a la familia Barrenechea en una de las habitaciones. Mientras le exigían al ingeniero que les diera más dinero, uno de los delincuentes amenazó con matar a una de sus hijas.


En ese momento hubo un forcejeo. Barrenechea habría intentado impedir que lastimaran a su hija y uno de los delincuentes le disparó cuatro balazos. Mientras que otro de los disparos hirió a su hijo en un hombro.


Luego de asesinar a Barrenechea, los delincuentes huyeron en un Volkswagen Gol, color gris, con vidrios polarizados” (el remarcado es nuestro)



Esta dramatización demuestra los viejos y constantes vínculos que tiene la nota roja con la narrativa policial de ficción. Las palabras remarcadas en negrita dan cuenta de los detalles que brinda el diario para construir su verosímil.


A estas estrategias se suma el uso de fotografías, mapas y estadísticas. En varias notas se ofrecen al lector fotografías del ingeniero asesinado y un mapa que señala el lugar exacto donde ocurrieron los hechos. El 24 de octubre se publicó la nota CRECIERON 27% LOS DELITOS DE MENORES, en la que se dan cifras exactas de cuántas causas se abren por día y se puntualiza el caso de San Isidro. Además, en otras notas se incluyen videos de entrevistas a vecinos de la zona que opinan sobre lo sucedido. En la nota del 21/10, está el primer video, titulado “Los vecinos del miedo en San Isidro” (que luego es reutilizado en otra nota del 25/10), que incluye imágenes del frente de la casa de Barrenechea y del barrio. Con un micrófono con la insignia LN se entrevista a vecinos (el periodista no aparece) para que cuenten cómo se enteraron de los hechos y qué opinan de la inseguridad. Un testimonio interesante, por ejemplo, es el de una empleada doméstica que dice que mientras exista gente a la que no le guste el trabajo, existirán estos problemas de inseguridad. La gente que trabaja honradamente, sentencia, seguirá sufriendo esto. Así también se consolida el verosímil, ya que no sólo se da cuenta de la presencia en el lugar, sino de la utilización de la palabra de los vecinos. Esta es otra fuente de información, pero nunca es incluida en los cuerpos textuales de las noticas.



7- Caracterización de la ley. ¿Hay evaluación de parte del medio sobre el accionar policial?



En esta cobertura, a la ley se la caracteriza como propiedad de la policía y las autoridades. Respecto al accionar de la fuerza policial, La Nación destaca el accionar policial (como en la nota del 21, POR LA INSEGURIDAD, DECLARAN EN EMERGENCIA EL MUNICIPIO DE SAN ISIDRO) por su organización de un amplio rastrillaje y mientras fueron pasando los días, se daba cuenta de los distintos allanamientos y avances en la investigación. En la nota DETUVIERON AL PRESUNTO ASESINO DEL INGENIERO (24/10), se puede leer: “La investigación por el asesinato del ingeniero Ricardo Barrenechea logró avanzar fuertemente durante la madrugada de hoy, después de que las autoridades confirmaran a lanacion.com­­­­­­­­­­­­ [resaltado en el original] la detención del presunto autor material del hecho en el marco de un operativo en la villa de emergencia Puerta de Hierro”. No hubo crítica alguna ni cuestionamiento a los procedimientos policiales.


La única salvedad que se debe hacer respecto a la opinión de las fuerzas de seguridad es la insistencia del diario respecto al hecho de la retirada de los efectivos de Gendarmería que patrullaban los alrededores de villa La Cava. En la nota del 22/10, SÓLO UNO DE LOS DEMORADOS ESTARÍA VINCULADO CON EL CRIMEN DEL INGENIERO EN SAN ISIDRO, se dice que el Intendente de San Isidro vincula el hecho con el retiro de la gendarmería. La Nación recalca este retiro varias veces, hasta que el 23/ 10 (UN DETENIDO POR EL CRIMEN DEL INGENIERO) afirma que, por órdenes de Aníbal Fernández, la gendarmería permanecería en La Cava. Es decir, la crítica que se dejaba entrever era la falta de acción y presencia represiva de la gendarmería en torno de una zona catalogada como peligrosa.


Finalmente, respecto a las manifestaciones de los vecinos en reclamo de mayor seguridad, el diario las cubrió sin criticarlas ni definir que eran contrarias a la ley por impedir la libre circulación. Estas protestas en particular no generaron caos de tránsito. De esta manera, podría aventurarse que la ley fue caracterizada también como siendo portada por los buenos vecinos y ciudadanos.



8- Reflexiones sobre el crimen y la sociedad.



A lo largo de las más de veinte notas analizadas no hay ninguna reflexión de fondo sobre el tema del crimen, la sociedad y cuestiones estructurales. En general la cobertura fue de tono sensacionalista y superficial, recurriendo a los argumentos vulgares de ola de inseguridad y al razonamiento facilista y legitimista de igualar a la pobreza y juventud como delincuencia.


El crimen de Barrenechea, para la cobertura del diario, es una muestra más de la realidad insufrible que se vive en el Conurbano bonaerense. El asesinato es lo contrario de lo inaudito o extraño, sino que es un ejemplo más del avance irrefrenable de la violencia social. Este tipo de hechos dicen que la sociedad está desmembrada y que los lazos que antes fortalecían la educación y empleo, ya no existen. Sin embargo, si bien esto está implícito en las notas, no hay ninguna referencia a los hechos históricos, políticos, económicos y sociales que provocaron el actual estado de situación. De este modo, la inseguridad parece ser un flagelo, un castigo divino, proveniente de “afuera”, de algún “Otro”. La lógica que ordena este tipo de pensamiento se asemeja al Dios maligno cartesiano: hay alguna instancia suprahumana y supracultural que nos atormenta. Esta es una manera poco sutil de legitimar los pedidos de represión y mayores castigos a los delincuentes. De esta manera, la reflexión sobre el crimen es demasiado pobre y repetida. A pesar de que un estudio del crimen y aumento de la violencia podría funcionar como disparador de reflexiones de fondo y estructurales, el diario no lo realizó.


El crimen es catalogado como un hecho ya típico en la cotidianeidad argentina. No sorprende un asesinato más. Este caso, como se dijo antes, fue muy impactante debido al estatuto de la víctima: hombre de clase media/alta, profesional, padre de familia, buen tipo… Podría pensarse que la reacción de los vecinos y de los lectores de La Nación fue una reacción de clase, que podría explicarse como ejemplo de la economía moral de la que hablaba E.P. Thompson. En la economía moral de la protesta social lo central es la violación de cierto límite moral de clase que no es concebible transgredir. Según el autor, dicho groseramente, las clases populares no protestan por tener hambre, ya que de ser así, protestarían siempre. La protesta social debe estudiarse teniendo en cuenta aspectos morales. Son estos aspectos morales los que a veces tiñen de conservadurismo la manifestación popular o callejera. Esto último se dio en el caso de referencia analizado: las protestas de los vecinos no fueron en reclamo de mayor inclusión social, de socializar los medios de producción o garantizar la igualdad de posiciones universal. En cambio, estos sectores manifestantes, acompañados por la cobertura mediática de La Nación, tomaron las calles, protestaron y gritaron para exigir represión y más policía.




REFLEXIÓN PERSONAL FINAL



Las paradojas siempre funcionan como interesantes puntos de análisis. Despiertan el aletargamiento de la cotidianeidad y ponen en jaque los sentidos instituidos e impuestos como comunes. No puede dejar de sorprender el hecho de que la labor periodística en general sea calificada como cobertura. La Real Academia da diversas definiciones de este concepto, como por ejemplo: cubierta (para tapar o resguardar algo); Cantidad o porcentaje abarcado por una cosa o una actividad; en el fútbol y otros deportes, línea defensiva; Acción de cubrirse (prevenirse de una responsabilidad). De acuerdo a estas definiciones, la cobertura nunca puede implicar totalidad sino que es siempre representativa de algo en cierto porcentaje, una parte de un todo y se puede utilizar para taparse, cubrirse o defenderse. Sería interesante plantearle esto a cualquier editor de un gran medio masivo para discutir su concepción de objetividad. La cobertura periodística implica selección y, por ende, conlleva tapar y ocultar otras cosas. Y también supone defenderse o prevenirse algo.


La cobertura analizada, entonces, cubre la realidad, la recorta y visibiliza una cierta porción de los hechos. Al hacer esto, propone una narración particular del mundo, creando lo que Rodrigo Alsina (retomando a Eco) denominaría un mundo posible. Las notas analizadas dan cuenta de la estrategia principal utilizada por el diario para cubrir la noticia, que es la explotación de la retórica sensacionalista. En vez de tomar una posición más distante y crítica, La Nación recurre a esta retórica y apela a las emociones y a lo sensacional como vía de escape para no ahondar en un análisis estructural del tema.


En lugar de analizar posibles causas que den cuenta de la “ola de inseguridad”, la cobertura insiste en la nota roja y sentimentalista. De acuerdo con Míguez e Isla, el retroceso del Estado en las últimas décadas en tanto proveedor de bienes y servicios, puede explicar en alguna medida el aumento de las tasas delictivas y de violencia social. En consonancia con ellos, Kessler y Gayol también afirmarían esta hipótesis. Pero el punto central que todos estos autores comparten es que consideran que tanto las representaciones sociales del delito como de la violencia son entendidas y abordadas de acuerdo con los discursos mediáticos. Con este aporte, la cobertura superficial y sensacionalista del diario cobra aún mayor peligrosidad. Los medios deberían reconocer este poder que tienen de influir en la agenda de los públicos y en la reproducción de imaginarios sociales. El aspecto melodramático de las coberturas periodísticas, como diría Iglesias, no colabora a tener una comprensión cabal o más profunda sobre los hechos narrados.


Siguiendo a Barbero y Rotker, es interesante abordar la cuestión del miedo en la ciudad a partir de la información mediática. Los medios (como podría argumentarse desde la hipótesis de agenda setting) han logrado imponer la agenda del crimen y la violencia delictiva en la sociedad, creando así ciertos estados de ánimos sociales que podrían resumirse en la noción de “sensación de seguridad” que fortalecen el denominado pánico moral (Hall) o la angustia cultural (Kessler y Gayol).


La cobertura de La Nación, como conclusión, tuvo ribetes sensacionalistas varios y no realizó un trabajo reflexivo profundo. Este tipo de cobertura construye y consolida la sensación de inseguridad ciudadana. Esto puede verse en un caso concreto: en la nota del 27 de octubre, EN SAN ISIDRO UNA MULTITUD CLAMÓ CONTRA LA INSEGURIDAD, se incluyen al final cuatro testimonios de familiares de víctimas de la inseguridad, cuyos casos nada tienen que ver con la marcha. Pero estos testimonios funcionan de modo inductivo: a partir de ellos, insertos en el marco del asesinato del ingeniero, se refuerza la idea de “ola de inseguridad”. Este tipo de razonamientos carece de argumentaciones válidas y lógicas. Lo más grave es lo que ya se dijo, que influyen fuertemente en las representaciones sociales de la ciudadanía y reproducen estigmas y prejuicios, consolidando a la violencia como modo de relacionarse, ya que los que se sienten interpelados por esta “ola delictiva” exigen más policía, gendarmería y represión.


El final es abierto. En uno de los videos subidos por el diario a su sitio web el 21 de octubre, aparece un hombre que dice que la inseguridad no es ninguna sensación. Luego, afirma que todos los días hay muertos y esgrime la siguiente tesis: será porque estamos más informados. Maravilloso resumen. ¿Será el exceso de información el que nos hace creer que cada día hay más asesinatos y hechos violentos? En la cobertura de referencia se publicaron 21 noticias del mismo hecho en siete días, o sea, un promedio de tres (3) notas dedicadas a un mismo hecho por día. El asesinato de un ingeniero ocupó toda una semana de uno de los diarios más importantes del país. Además de las marcas de clase que esto implica (no cualquier asesinato ocupa las páginas de un diario como La Nación), lo interesante es el debate paradójico (una vez más la paradoja) que plantea el testimonio del vecino: ¿hay más violencia y delito? ¿No se puede salir a la calle porque efectivamente todo es peligroso y no se puede confiar en nadie? ¿O no será que al estar bombardeados por información repetitiva cada día queda la sensación de miedo instalada? La paradoja es que justamente el hombre dice que hay muertos todos los días y que la violencia existe pero luego dice que esta sensación es porque se está más informado. ¿Entonces? Como se dijo, el final es abierto. Como primer paso, los medios deberían abandonar el bombardeo informativo. En un bombardeo no se puede pensar. Sólo se puede correr en busca de refugio y lugar seguro. Ahora bien, si las bombas informativas dejaran de caer, quizás el panorama se aclare, el polvo mugriento se esfume y se pueda, de una vez por todas, hacer un análisis serio y justo sobre la situación.

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