Violencia(s) simbólica(s) y medios de comunicación, por Luciano López Baltare

En el siguiente escrito intentare trabajar el concepto de “violencia simbólica” en relación con la noción de “habitus”, revisando, a su vez, la importancia del rol de los medios en la sociedad actual como constructores de estructuras de pensamiento y pieza fundamental en la actualización cotidiana de dichas estructuras.

En primera instancia me parece relevante esbozar una definición de violencia simbólica, retomando el trabajo de Alicia Gutiérrez[1]. Parafraseando a la autora, el poder de violencia simbólica es aquel que logra imponer sus significaciones como legitimas, disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza. De este modo, lo distintivo de este poder es la capacidad de imponerse solapadamente, sin poder ser visto como una intervención directa de una fuerza.

Luego, la autora agrega, “la violencia simbólica se sustenta en el poder simbólico, como poder de construir lo dado por la enunciación, de hacer ver y hacer creer, de confirmar o transformar la visión del mundo y, de ese modo, la acción sobre el mundo, luego el mundo, que permite obtener el equivalente de lo que es obtenido por la fuerza física o económica (…)”.

Pare reforzar esta idea, Alicia Gutiérrez se apoya en el concepto de habitus de Bourdieu, y en los modos en que este es construido y naturalizado por los agentes sociales. Los habitus son “estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes”, esta definición (un tanto acotada y simplificadora) revela las dos dimensiones fundamentales del habitus:

1 – que es el resultado de un proceso histórico, es decir, precede al agente, que lo asume como natural (habitus = segunda naturaleza del hombre). Lo adquiere como su visión del mundo.

2 – Como consecuencia directa, el agente social adquiere el habitus (no de manera conciente ni voluntaria, sino por que se encuentra inmerso en una estructura que lo abarca y contiene), como estructura mental y modo de percibir el mundo, y funciona en él como “estructurante de las practicas cotidianas”.

En este sentido es que la autora entiende la inserción de la violencia simbólica en la sociedad, como resultado de relaciones de fuerza entre los seres humanos, que imponen el veredicto de los grupos de poder sobre ciertas minorías relegadas en esta puja. Se trata, como ya se dijo, de la imposición de significaciones, de modos de ver y percibir el mundo, de constitución de los valores predominantes en una sociedad, de su construcción de la moral, etc. En este recorrido, la autora nos recuerda que Bourdieu toma estos conceptos de Durkheim y Mauss, que afirman que “aun las categorías fundamentales del pensamiento, las nociones del espacio, tiempo, causalidad, etc., tienen un origen y función social. So representaciones colectivas que pre-existen a los individuos, los cuales las aceptan y las consideran equivocadamente universales. Son aceptadas para poder vivir en un mundo social y actuar en él de manera coordinada”.

Para reforzar lo dicho hasta aquí, nos es de gran utilidad el trabajo de Rita Segato[2] sobre la “violencia psicológica” (también mencionada como violencia moral), y como este concepto fue tomando preponderancia en el campo del Derecho, hasta convertirse en un argumento valido a la hora de juzgar abusos en cuestiones de género.

Definida de cómo “conjunto de mecanismos legitimados por la costumbre para garantizar el mantenimiento de los estatus relativos entre los términos de género”, la violencia moral no siempre fue tenida en cuenta a la hora de castigar los maltratos de los hombres hacia las mujeres.

La importancia que el planteo de Segato toma en la cuestión que estoy intentando abordar radica en la posibilidad que nos brinda el ejemplo particular que la autora toma. El recorrido histórico que nos invita a realizar, muestra la fuerza de represtación que el campo del Derecho tiene a la hora de legitimar un argumento, y de imponerlo como norma a la sociedad toda. De este modo, cuando en la Francia de 1827 se sienta el precedente de considerar a la violencia moral como un elemento de presión, es decir, como el resultado del abuso de autoridad, que no se ejerce solo con el uso de la violencia física, se corre la línea en la tolerancia del abuso, cambiando el significado de “violencia” mismo (engordándolo, haciéndolo mas abarcativo).

De este tipo de cosas es de las que Bourdieu nos habla cuando menciona al habitus como resultado de una construcción y de un recorrido histórico. Este tipo de acontecimientos son los que le interesan también a Foucault (permítaseme arriesgar esta frase), se trata de un cambio de paradigma en la aceptación de la violencia, que se produce como resultado de un fenómeno que la sociedad viene produciendo. No se trata simplemente de una arbitrariedad del Derecho, sino de una cierta cantidad de hechos, que derivan en el reconocimiento del Derecho (como menciona la autora para el Siglo XX, la sensibilidad desarrollada por el movimiento feminista y los trabajos en DDHH, que derivaron en una mayor conciencia sobre el tema de la “presión moral” y la “coacción psicológica”, ampliando significativamente la protección de los damnificados y sus derechos).

Retomando de cierto modo el carácter construido de la realidad propuesto por los autores antes citados, Francisco Javier Gómez Tarín[3], desde una perspectiva foucaultiana nos dice que “si todo ha tenido su origen histórico, puede haber otro punto histórico en que cambie”. A partir de aquí desarrolla una descripción de las características impuestas por la modernidad, que serian vistas por la gran mayoría de las personas de este tiempo como hechos inmutables, inamovibles, naturales. Estos se resumen en tres puntos básicos, destacados por Charles Taylor como las 3 enfermedades de la modernidad: individualismo; preponderancia de la razón instrumental; y la primacía del interés propio del individuo (despotismo blando).

Lo importante de el planteo de Gómez Tarín en este ensayo, se encuentra en el postulado que nos dice que la modernidad “intenta imponer sus concepciones a través de la comunicación masiva difundiendo modelos para la creación de un imaginario colectivo basado en la individualidad, el machismo, la privacidad, el nacionalismo, la competitividad, un determinado estilo de vida que hace uso de la violencia como medio, el racismo, etc.”, introduciendo así el rol de los medios masivos de comunicación en la construcción de la realidad cotidiana. De esta manera volvemos la temática del control sutil, de la imposición de estructuras de pensamiento. El instrumento mediático permite que la “reproducción de las concepciones y modos de vida se convierten en un hecho a escala planetaria y a un ritmo acelerado”, eso es la “violencia simbólica”. Y agrega el autor, “puede aceptarse que esa violencia no provoca muertes, pero difícilmente se podrá negar que sí esclaviza cerebros”.

Se crea así, una ficción en la que el poder no seria ejercido por nadie, y “el ciudadano desearía su estado”. Se borran las estructuras de poder, se ocultan.

En esta línea, el autor toma una un razonamiento de Terry Eagleton, que reflexionando sobre Freud, dice: “Una vez que el poder se ha inscrito en la forma misma de nuestra subjetividad, cualquier insurrección contra él parecería suponer una autoagresión”. Y va más allá, “proponemos un giro de 180º a la expresión de Freud en torno a la sublimación: Si la cultura dominante (como imaginario colectivo) se inscribe en nuestra subjetividad (es sublimada) no se producirá ninguna trasgresión, porque la norma, lo establecido, lo políticamente correcto, estará en relación directa con esa visión del mundo.

A modo de conclusión, me parece relevante destacar que estos conceptos pueden ser muy útiles en la discusión que hoy se da en torno al rol de los medios en la sociedad. Se me hacen presentes en este momento los debates actuales sobre el tratamiento diferencial de la información en relación con intereses económicos de clase, o la discusión sobre la edición de contenidos en programas (oficialistas/opositores) con la intención de direccionar el foco de las noticias en diferentes puntos o aspectos (de esto no escapan tampoco los diarios, ni el cine en cierto modo). También recuerdo a José Pablo Feinmann en diferentes medios hablando de la “colonización de la subjetividad”, tratando de marcar como ciertos medios intentan imponer (o han impuesto ya) modos de ver el mundo, estructuras desde las cuales leer los acontecimientos.

Se trata en definitiva de lograr ver la trama de poder que se da en torno al intento de imposición de ciertos significados sociales, y el rol que los medios cumplen en esta disputa, como uno mas de los dispositivos o canales de difusión cultural.



[1] Gutiérrez, Alicia (2004): “Poder, habitus y representaciones: recorrido por el concepto de violencia simbólica en Pierre Bourdieu”, en Revista Complutense de Educación, Vol. 15, numero 1.

[2] Segato, Rita Laura (2003): “La argamasa jerárquica: violencia moral, reproducción del mundo y la eficacia simbólica del Derecho”, en Las estructuras elementales de la violencia. Ensayo sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos.

[3] Gómez Tarín, Francisco (2001): “De la violencia física a la violencia simbólica. La estructura de la ficción y el poder”, en Revista Latina de Comunicación Social, numero 43, julio-agosto-septiembre, La Laguna (Tenerife).

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