Violencia en las Escuelas de Argentina, por Mariana Ortega

Para desarrollar la consigna de trabajo, tomaré como corpus textual un artículo del diario Clarín, publicado con fecha del 30 de noviembre de 2008, titulado: “Crecen en el país las denuncias por discriminación en las Escuelas” (el cual figura anexado). Lo utilizaré para desarrollar el tema de la violencia simbólica y la violencia moral, cuestión central de la unidad I, a la que haré referencia.

En el citado artículo se puede ver claramente un panorama acerca de la magnitud y forma que cobra la violencia escolar y su relación con otras categorías (racial, étnica, de clase, regional y nacional). Es importante destacar que este tipo de violencia denominada violencia simbólica en palabras de Bourdieu es definida del siguiente modo: “todo poder de violencia simbólica, o sea, todo poder que logra imponer significaciones e imponerlas como legitimas disimulando las relaciones de fuerza en que se funda su propia fuerza, añade su fuerza propia, es decir, propiamente simbólica a esas relaciones de fuerza” (Pág. 289). Retomo este texto porque es Bourdieu, quien ve que las relaciones sociales se caracterizan por desigualdad, y que sin embargo esas relaciones son reproducidas sin mediar resistencia, en el ámbito educativo justamente se aprecia esta desigualdad con un carácter legítimo que asegura su reproducción.

Como lo expresa la autora, Alicia B. Gutiérrez, para comprender el concepto de Violencia simbólica de Bourdieu, es necesario abordar otras nociones fundamentales que son: poder, habitus y representaciones. Según lo explica la autora en su teoría Bourdieu sostiene que el poder es constitutivo de la sociedad, que existe en las cosas y en los cuerpos, en los campos y en los habitus, en las instituciones y en los cerebros; por lo tanto tiene una dimensión física y otra simbólica. De Marx, tomó que la realidad social es un conjunto de relaciones de fuerza históricamente en lucha unas con otras, y de Weber, que la realidad es también un conjunto de relaciones de sentido, y que toda dominación social debe ser reconocida, aceptada como legitima, o sea, tomar un sentido positivo, para que los dominados adhieran al principio de su dominación y se sientan solidarios con los dominantes en un mismo consenso sobre el orden establecido (Pág. 292). Entonces para el autor esta violencia simbólica que se ejerce sobre los dominados es ejercida con su complicidad. Bourdieu encuentra que esas relaciones de dominación se perpetúan, que no son resistidas, sino que son naturalizadas, busca el mecanismo de reproducción y encuentra que donde se perpetúan es en el ámbito educativo, es aquel poder que no es cuestionado, discutido, sino que su legitimidad asegura su reproducción. Esto ocurre a través de un habitus, el cual define como “sistemas de disposiciones duraderas y transferibles, estructuras estructuradas predispuestas a funcionar como estructuras estructurantes, es decir, como principios generadores y organizadores de prácticas…” (Pág. 293).El habitus es lo que absorbimos del orden social, estructuras estructuradas capaz de estructurar. Son esquemas generadores y organizadores de prácticas, por medio de él, el individuo internaliza lo externo y al hacerlo viene con una carga en la relación de dominado-dominante, una relación de poder del más fuerte sobre el más débil. Este principio permite que la gente estructure prácticas y también representaciones del mundo, de lo que está bien, de lo que está mal, de lo pensable, de lo impensable, y de lo posible.

A través de la violencia simbólica que oculta las relaciones de poder, y su reproducción de conocimientos y valores, a través de instituciones como la escuela, los educadores transmiten esquemas de percepción que sólo permite analizar el mundo a través de clasificaciones tomadas como universales y legítimas, que son naturalizadas. En el citado caso del artículo, se evidencia como ciertos maestros, profesores o autoridades de instituciones educativas ejercen cotidianamente conductas abiertas o sutilmente violentas. En este artículo se hace uso de la violencia verbal y física, se distinguen conductas xenofóbicas, como le ocurre a un chico peruano que sufre agresiones físicas solo por su nacionalidad y racismo a un niño de religión judía. También trato humillante y palabras hirientes a un alumno por ser talla grande, discriminación por su contextura física y además a algunos que padecen enfermedades. Otro ejemplo que puede citarse del texto es como se ejerce violencia con ciertas identidades urbanas, en este caso a un estudiante que pertenece a la tribu urbana identificada como “Emo” le piden cortarse el pelo. También se identifica en el artículo el uso de burlas y desprestigios hacia aquellos estudiantes que padecen pobreza o no tienen recursos como el resto (alumnos discriminados porque sus padres son desempleados, por no tener teléfono, etc.).

Según relata el texto las denuncias versan en los siguientes temas: por ideología, origen migratorio, diversidad sexual, edad, aspecto físico, condición social, diversidad religiosa y discapacidad.

Muchas veces ocurre que es difícil identificar este tipo de violencia, porque puede ejercerse en formas sutiles o estar naturalizadas a través de las costumbres y la cotidianidad. Estas formas de agresión que tienen consecuencias psicológicas en las victimas, con frecuencia quedan silenciadas porque no necesariamente dejan marcas en el cuerpo. Como lo expresa Rita Segato en su Ensayo sobre la Violencia de Género, donde hace referencia a este tipo de violencia “… cuanto más disimulada y sutil sea esta violencia, mayor será su eficacia…” (Pág. 107). La autora explica que el termino violencia psicológica es difuso y posee un universo amplio, por eso utilizará el de violencia moral, para referirse al conjunto de mecanismos legitimados por la costumbre para garantizar el mantenimiento de los estatus relativos entre los términos de género. Estos también operan en otros órdenes, como el racial, étnico, de clase, regional y nacional. Esta antropóloga, hace hincapié en la violencia moral, como lo expresa en su texto es todo aquello que envuelve agresión emocional, aunque no sea ni consiente ni deliberada. Entran aquí la ridiculización, la coacción moral, la sospecha, la intimidación, la condenación de la sexualidad, la desvalorización cotidiana de la mujer como persona, de su personalidad y sus trazos psicológicos, de su cuerpo, de sus capacidades intelectuales, de su trabajo, de su valor moral. (Pág. 115) A continuación aclara la autora que este tipo de violencia puede ocurrir muchas veces sin agresión verbal, manifestándose con gestos, actitudes y miradas.

Este tipo de violencia es recibida justamente en un ambiente donde los chicos y jóvenes supuestamente deberían recibir contención en todos los aspectos, incluso el emocional, para fortalecer actitudes y poder desarrollar capacidades como personas en un espacio de reconocimiento con sus pares. Pero ocurre todo lo contario, lejos de esto, los niños son violentados de distintos modos: por su apariencia física, por su religión, por sus discapacidades, por tener menos que los demás, por no pertenecer a la misma clase social, por tener una identidad distinta, etc. Estos como menciona el articulo son algunos de los actos descriptos.

Retomando a la autora Rosa Del Olmo, quien expresa que en muchas oportunidades en los noticieros y diarios salen noticias en su portada sobre artículos sobre la violencia urbana, centrada en la delincuencia y la criminalidad, sin embargo pocas veces se hace referencia a estos episodios, aunque ocurran con mayor frecuencia que otros. Por ende, hay temas que deben ser de debate público y no lo son porque los que están en la agenda de los medios son otros, como la autora lo expresa, “la fuente de máximo alcance la constituyen los medios de comunicación”, estos deberían tomar la responsabilidad de incluir en su agenda este tipo de problemática.

Además, deberían existir en nuestro país, estudios específicos acerca de este tipo de violencia ejercida en los establecimientos educativos a niños y jóvenes que sufren estos padecimientos y buscar sus causas para intentar revertirla. También como menciona Rita Segato hacía el final del texto, que es sumamente necesaria la producción de campañas de difusión que pongan en circulación en el público infantil y juvenil representaciones para facilitar el reconocimiento de la violencia, y de este modo, evitar que siga sucediendo, sobre todo cuando son niños y muchas veces les es más difícil expresar este tipo de situaciones. Así como también es necesario que dichas instituciones tomen un rol más activo en estos acontecimientos.

Bibliografía consultada:

· Gutiérrez, Alicia (2004): “Poder, habitus y representaciones: recorrido por el concepto de violencia simbólica en Pierre Bourdieu”. En Revista Complutense de Educación, vol. 15, numero 1; 289-300.

· Segato, Rita Laura (2003): “La amargasa jerárquica: violencia moral, reproducción del mundo y la eficacia simbólica del Derecho”. En las Estructuras elementales de la violencia. Ensayos sobre género entre la antropología, el psicoanálisis y los derechos humanos. Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes.

· Del Olmo, Rosa (2002): “Ciudades duras y violencia urbana”. En Revista Nueva Sociedad, Caracas.

· Nota del Diario Clarín:

http://edant.clarin.com/diario/2008/11/30/sociedad/s-01813033.htm.

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