Violencia de género: El secreto de sus ojos, por Mauro Parra

En lo referido al campo de la violencia, cuando se habla de género se debe hacer un esfuerzo mayor por agudizar el enfoque desde donde mirar. Desde la elección de las palabras para narrar los hechos, hasta la descripción del escenario y de los actores involucrados en el episodio, resultan cruciales para trabajar de forma coherente y seria la problemática de la violencia de género.

Al hablar de género, debe comprenderse que se trata de una categoría del orden de lo cultural, es una construcción que asigna a los hombres y a las mujeres pautas de comportamiento, conductas, valores que se esperan de ellos y que los diferencia y que, además, implica cierto castigo frente a aquellas conductas que no cumplen con lo que se espera socialmente.

La violencia de género entendida como “todo acto de violencia basado en la pertenencia al sexo femenino que tenga o pueda tener como resultado un daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico para las mujeres, incluidas las amenazas de tales actos y la coacción o la privación arbitraria de la libertad”[1] permite entender un fenómeno de la realidad social que, en caso de ser tratado a través de discursos, especialmente el mediático, sin la precisión y seriedad que el tema merece, se puede incurrir en graves faltas y retrocesos en la lucha eficaz contra la violencia de género.

El filme El secreto de sus ojos[2] narra la historia de un agente de la justicia federal, Benjamín Espósito (Ricardo Darín) que investiga el crimen de una joven mujer, Liliana Colotto de Morales, que fue brutalmente violada y asesinada dentro de su casa en un barrio de la ciudad de Buenos Aires. Siguiendo a Silvia Chejter, que analiza el discurso periodístico de la violación en la prensa escrita se pude comprender, haciendo la salvedad que en este caso se analiza un caso ficcional llevado a la pantalla grande, que “las noticias de violación (…) exhiben el imaginario social de la sexualidad, del poder, la violencia, la justicia, las concepciones de lo normal y de lo desviado, de lo cultural y de lo natural, de lo aceptable y de lo intolerable, desplegando ampliamente las jerarquías y los ordenamientos sociales.”[3] La idea que sostiene esta autora es que los medios lo que hacen no es reflejar la realidad, sino que más bien se ocupan de construirla solidificando lo existente, reproduciendo relaciones de poder consolidadas, hegemónicas. Esta concepción de la violencia de género y de su representación en los medios gráficos se ajusta a la idea que algunos autores tienen de vincular al género con relaciones de poder, que históricamente favorecen a los hombres, y donde las mujeres ocupan un sector subordinado. En el filme se puede observar claramente esta diferencia en lo que hace a las relaciones de poder, quedando evidenciado en las dificultades que debe afrontar la nueva jefa del departamento, Irene Menéndez Hastings (Soledad Villamil) para poder cumplir con su función al frente del departamento. Este personaje es la personificación de lo que Bourdieu señala en relación al papel que deben cumplir las mujeres como agentes políticos. “Esta movilización típicamente política abriría a las mujeres la posibilidad de una acción colectiva de resistencia, orientada hacia unas reformas jurídicas y políticas (…) para así poder quebrantar las instituciones, estatales y jurídicas, que contribuyen a eternizar la subordinación.”[4] En este sentido, el papel de Villamil ejemplifica la opresión a la que se ven sujetas las mujeres al ocupar cargos jerárquicos dentro de las instituciones que tienen una concepción patriarcal, autoritaria y machista acerca de su conducción y modo de ejercicio.

Por su parte, Ariznabarreta insiste en el carácter sociocultural y no biológico del término género, y con esto lo que hace es desestimar la determinación biológica y, en su lugar, habla de determinación social. “El término género va más allá de la mera diferenciación biológica y hace referencia a las construcciones culturales, a la creación social de ideas acerca de lo que es apropiado y conveniente para los hombres y para las mujeres.”[5] Entender a la problemática de la violencia de género como un fenómeno social, para esta autora, es fundamental para contribuir a formar esquemas de pensamiento que permitan dar cuenta de la gravedad del asunto. El buen uso del lenguaje es necesario para que la opinión pública perciba al fenómeno como un hecho estructural y esto se logra evitando referirse a estos casos con denominaciones como “violencia doméstica” que lo que hacen es circunscribir el acto de violencia al ambiente donde el mismo tiene lugar, en vez de fundamentarlo con causas estructurales.

En relación al caso de violencia de género que tiene lugar en el relato de ficción, se trata de una violación seguida de muerte ocurrida el 21 de junio de 1974. La víctima, Liliana Colotto, de 23 años, maestra, casada con Ricardo Morales (Pablo Rago). El victimario, Isidoro Gómez, soltero, conocido de la infancia de la mujer. Según la madre de Gómez “Ah, Liliana Colotto, eran noviecitos ellos… del barrio. A él le gustaba mucho esa chica, pero ella después se fue a Buenos Aires y no se vieron más.” Si bien se trata de un hecho ficcional, es representativo de lo que sucede en la realidad, en relación a que en un porcentaje mayoritario de casos, los crímenes que sufren las mujeres son cometidos por las parejas o ex parejas. En este sentido, Esther Madriz se refiere al modo en que son representados los delitos contra las mujeres en los medios de comunicación y remarca que “las imágenes de la prensa suelen presentar a las mujeres como probables víctimas de desconocidos, pero la realidad es que tienen más probabilidades de ser víctimas de un delito cometido por algún conocido.”[6] En este sentido, aparece nuevamente la cuestión de las relaciones de poder, de dominación, donde el hombre, sin el consentimiento de la mujer, la violenta y cercena sus libertades, terminando en el filme con la muerte de la joven que había comenzado una nueva relación con otro hombre y que se había casado.

Para finalizar, siguiendo a Virginia Villaplana en su intento por contribuir a erradicar la violencia de género en las sociedades posindustriales, propone concebir a la violencia de género como “violencia social, histórica y política”[7]. Una vez más y al igual que otros autores, la violencia de género es pensada como un fenómeno social, con causas estructurales, donde no deben simplificarse o frivolizarse los acontecimientos que desembocaron en el acto de violencia. En este sentido, los medios deben ser conscientes de la función que cumplen en la construcción de la realidad y como formadores de opinión pública. Es una sociedad gobernada por imaginarios machistas y donde la violencia está muchas veces naturalizada. La solución algunos la encuentran en el llamado al orden y el pedido por un mayor control, y otros, con mayor conocimiento de la problemática, invitan a la reflexión, a considerar la violencia de género como una problemática social que es el resultado de una relación desigual, asimétrica de poder entre hombres y mujeres y que necesita políticas públicas que luchen por cambiar el orden cultural y la concepción de la superioridad del hombre sobre la mujer. Es necesario dar cuenta de la singularidad de los hechos, de sus causas y tomarlo como una problemática social para así contribuir a la formación de una opinión pública que tome conciencia de la complejidad y la gravedad del fenómeno.



[1] Ariznabarreta, Larraitz, y col. (2006): “Algunas consideraciones en torno a la denominación violencia de género”. En Tratamiento de la violencia de género en la prensa vasca. San Sebastián, Universidad del Deusto. Pág. 29.

[2] Campanella, Juan José, basada en la novela La pregunta de sus ojos, de Eduardo Sacheri. (2009).

[3] Chejter, Silvia (1995): “El discurso periodístico de la violación en la prensa escrita”. En Travesías, año 3, N° 4, noviembre, pág. 18.

[4] Bourdieu, Pierre (2003): “La eternización de lo arbitrario”. En La dominación masculina. Barcelona, Anagrama, págs. 8-9.

[5] Ariznabarreta, Larraitz, y col. (2006): “Algunas consideraciones en torno a la denominación violencia de género”. En Tratamiento de la violencia de género en la prensa vasca. San Sebastián, Universidad del Deusto. Pág. 27.

[6] Madriz, Esther (2001): “Introducción (fragmento). En A las niñas buenas no les pasa nada malo. México, Siglo XXI.

[7] Villaplana, Virginia (2006): Argumentos de no-ficción: género, representación y formas de violencia”

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