“Por este amor yo te aliento de la cuna hasta el cajón”

En el presente trabajo analizaré el tratamiento que se le dio a la muerte del hincha de San Lorenzo, Ramón Aramayo, acontecida minutos antes de comenzar el partido entre San Lorenzo y Velez el día 20 de Marzo de 2011. Para esto, trabajaré con las notas respectivas publicadas en la versión digital del diario Clarín entre los días 20 y 27 de Marzo de 2011.

Análisis:

La muerte de Ramón Aramayo se puede inscribir en una serie de enfrentamientos históricos entre las hinchadas de San Lorenzo y Velez Sarfield. En muchos de estos partidos se presentaron incidentes que no sólo involucran a la fuerza policial sino que también se manifiesta como una muestra de la violencia que se repite en el ámbito del fútbol.
El principal antecedente es Emanuel Álvarez, simpatizante de Velez, que fue asesinado en el 2008 camino a ver un partido de su equipo contra San Lorenzo. En varios de los artículos trabajados se hace alusión a los conflictos presentes entre ambos grupos de fanáticos. Asimismo, se hace referencia al marco histórico de violencia en el fútbol en que se inscribe este nuevo suceso: “La estadística, según el registro que lleva la ONG Salvemos al Fútbol, dirá que Ramón Aramayo es el hincha número 256 que pierde su vida por un hecho relacionado con el fútbol”.[1]
Los reclamos por mayor seguridad y las medidas tomadas por ciertas figuras políticas para evitar más casos como estos se hacen explícitos en el tratamiento de la información en la cobertura de la muerte de Aramayo, que se presenta como una más en la cadena de las víctimas que estos enfrentamientos causan.Su fallecimiento (en referencia a Ramón Aramayo) es el primero desde que la ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, decidió ponerse al frente de un equipo para intentar terminar con la violencia en el fútbol”. [2]
Se pueden identificar dos grandes motivos que contextualizan este incidente. Uno está relacionado con la violencia que está presente en los partidos de fútbol, sobre todo los llamados “clásicos” donde la rivalidad entre las hinchadas es mayor. Por otro lado, se identifica el accionar represivo de la policía en situaciones donde alguno de los hinchas (muchas veces integrantes de la barra brava) los enfrenta o provoca.
De estos da cuenta la idea que existe en el colectivo social respecto de la policía; en particular, este caso, se vincula con su erróneo o insuficiente accionar en el contexto de los partidos de fútbol potencialmente peligrosos. Esto queda en evidencia ya que, si bien no se resolvió aún que haya sido la policía la culpable de la muerte de Aramayo, tanto la viuda como los hinchas de San Lorenzo muestran una clara inclinación a hacerla responsable: La esposa de Aramayo acusó a la Federal: `Le pegó y lo mató´, dijo”.[3] “Antes y después del partido la hinchada de San Lorenzo cantó: `Policía, policía, la puta que te parió, a ver si se hacen cargo, de la muerte de Ramón´”.[4]
Como consecuencia de los repetidos disturbios, la ministro Nilda Garré había decidido ponerse al frente de un equipo para garantizar que no volvieran a ocurrir. Sin embargo, no logó evitar el fatal desenlace del enfrentamiento entre Aramayo y la policía.
En este caso, la víctima es descripta como un padre de familia normal, alguien que seguía a su equipo, que iba a la cancha con sus hijos. Es el típico hombre de clase media, media-baja que espera el partido para llevar su pasión a la cancha. Alguien que no busca meterse en problemas.
 Por el otro lado, los victimarios son los policías que, según quien escribe la nota, “no hacen lo que su condición manda: proteger a los ciudadanos.”
La policía, que debería estar considerada como una figura protectora se convierte, en estas situaciones, en sospechosa de ser la culpable de ejercer la violencia en lugar de evitarla. Y, de hecho, es una violencia que se ve como injustificada, excesiva. Este abuso de poder es el que la convierte en “la mala de la película”, generando comentarios que se convierten en condenas por acciones aún no comprobadas por la ley. Parecería ser que en este caso rige más bien el “culpable hasta que se demuestre lo contrario”. [5]
El narrador, en este caso la línea editorial de Clarín, intenta mostrar que este hecho no está aislado, que la violencia en el fútbol se acrecienta cada vez más y que se cobra nuevas víctimas. Hace mención a que no hay un veredicto respecto a quién fue el culpable de la muerte de Aramayo pero tampoco da precisiones de lo acontecido (en uno de los artículos menciona que el hincha, luego de un enfrentamiento con la policía, se desploma y muere, sin más detalles). Sin embargo, tienen mucho lugar en las consecutivas coberturas las voces de la esposa, que culpa del crimen a la Federal y los actores políticos y sociales que reclaman por mayor seguridad en los partidos de fútbol.
El exceso de autoridad de la policía, la agresividad hacia aquellos que los desafían o la idea de querer dar el ejemplo como figura de autoridad (Aramayo había ido a la cancha sin entrada y se negó a ser cacheado) son características que se vienen repitiendo hace tiempo, ya es “figurita repetida”. La policía, que debería representar seguridad y protección se convierte en el victimario, en aquellos de los que la policía debería defender a los ciudadanos. Y al ser  ellos, que deben mantener el orden, los que lo generan, se produce un estado de desconfianza, de desprestigio y de exacerbación que deriva, incluso, en reflexiones generalistas y demonizaciones (“no quería dejar que lo revisen y le pegaron, lo esposaron y lo dejaron ahí, no fueron capaces ni de llamar a la ambulancia”).
La verosimilitud del hecho se vincula, en primer lugar, con la especificidad en la ubicación espacio temporal de los sucesos y una detallada descripción de los eventos. En este caso, se menciona que la muerte fue afuera de la cancha, antes de entrar, en describe el enfrentamiento que se dio entre Aramayo y la policía causado porque el primero no contaba con entrada para el partido de ese día. Por otro lado, en las notas se incluyen fotos del momento en que Aramayo se encuentra en el piso y los federales lo sujetan: “LO PREVIO. VARIOS EFECTIVOS POLICIALES SE LANZAN ENCIMA DE RAMÓN ARAMAYO PARA CONTROLARLO. LUEGO EL HINCHA DE SAN LORENZO SE DESPLOMÓ Y MURIÓ” reza el epígrafe correspondiente. Así también se incluye, en la misma nota, una foto del lugar exacto donde se desplomó la víctima y se lo detalla en el cuerpo de la nota: “Barragán al 200”. Esto produce una idea de continuidad, una especie se seguimiento del incidente.
 Se utilizan también citas a distintas fuentes; por un lado, de personajes con autoridad como el caso de figuras políticas (por ejemplo, la Ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré y el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández); de algunos integrantes de la Policía Federal; de distintos protagonistas del ámbito del fútbol (árbitro del encuentro, hinchas) y por último, testimonios de gente más cercana a la víctima (amigos, su esposa).
 Se va alternando el protagonismo de la noticia entre la preponderancia del abuso de poder que tiene la policía y la violencia que re repite en el fútbol. El intento por lograr la objetividad se manifiesta en la multiplicidad de voces y en la alternancia recién mencionada. Por momentos se hace hincapié en la agresividad que protagoniza en estos encuentros: “(…) los hinchas de Vélez encontraron el eslabón débil de un operativo policial compuesto por unos 700 uniformados a disposición. En esa intersección, a 200 metros del ingreso del público visitante, más de 100 hinchas locales aprovecharon que había sólo seis policías controlando ese acceso y emprendieron su búsqueda violenta contra dos micros que llevaban gente de peñas de San Lorenzo, que habían equivocado el camino”. Y este peso pasa luego al rol de protección que la policía debe tener y no siempre tiene. Esto se mezcla con expresiones que nacen de las emociones del momento y que ubican a la federal en el rol de culpables: "Fue la policía (que lo mató), por puro gusto, como siempre hace" dijo la mujer de Aramayo.
 Conviven así, diversas concepciones de la realidad en un mismo suceso. Salen a la luz rivalidades, odios y conflictos que están siempre presentes, latentes, esperando ser detonados por un conflicto, un enfrentamiento, un incidente. La violencia de los hinchas, la negligencia de la policía, las víctimas inocentes se combinan en relatos que van cambiando de nombre pero encierran siempre los mismos conceptos.
 Las leyes parecen no resultar suficientes para evitarlo o quienes son los encargados de aplicarlas no reaccionan a tiempo, de modo que muchas disposiciones se vuelven obsoletas antes de ser aplicadas.
En general existe una cierta reticencia de la población a vincularse con organismos políticos, judiciales o policiales relacionados con la seguridad, como bien van a decir Alejandro Isla y Daniel Miguez. Esto sucede porque “se sospecha de su idoneidad e interés en los problemas de la población”; sospechas fundadas en que muchas veces son estas figuras las que cometen las prácticas que debieran juzgar.
Un caso no puede ser analizado fuera de su contexto. En un hecho de violencia, en este caso en el ámbito del fútbol, son muchos los elementos que entran en juego. Estos autores dirán que “cada componente se ilumina en la medida en que es puesto en relación con los demás”. Por lo tanto, es muy difícil establecer si la culpa la tuvieron los hinchas, Aramayo o la policía, es más bien una combinación de todos los factores y de todas las circunstancias.
Me parece que lo importante no es si la violencia es en el ámbito del fútbol, del hogar o de la cárcel; no es el lugar físico en que se manifiesta sino su manifestación en sí, que es una clara demostración de la sociedad en la que vivimos. La violencia es el producto, es el final de una cadena donde entran la seguridad, la confianza en las leyes, el respeto por el otro, el acertado obrar de los organismos creados para proteger a los ciudadanos. La restauración de la seguridad no se logra con el abuso de la fuerza, explica Martín Iglesias, sino por “la aplicación inteligente, por parte del Estado, de los recursos institucionales y legales que tiene al alcance de la mano”.
El vacío legal que se presenta en estos casos, dejándolos impunes, es el que motiva los abucheos, la manifestación de bronca acumulada por sucesos similares repetidos, el escrache público a las autoridades, por sólo mencionar algunas de las reacciones más comunes. Se deben tomar medidas con anticipación y salvaguardar los lugares que deben ocupar los distintos miembros de las fuerzas. En un país con una cultura tan futbolera como lo es Argentina, ir a la cancha no debería ser un “deporte de riesgo”. El miedo no debería signar nuestras vidas, como expresa Jesús Martín Barbero. Salir de la casa pensando que quizás no vuelva no debería ser una opción. Y para que eso suceda, hay que concentrarse en identificar y resolver las causas más que las consecuencias. Porque siempre es  mejor prevenir que curar.






Bibliografía:

  • Islas, Alejandro y Míguez, Daniel (2003): “De las violencias y sus modos. Introducción” y “Conclusiones: El Estado y la Violencia Urbana. Problemas de Legitimidad y Legalidad”. En Isla, A. y Míguez, D. (coord.): Heridas urbanas. Violencia delictiva y transformaciones sociales en los noventa. Buenos Aires, Editorial de las Ciencias.

  • Iglesias, Martín (2005): “Unidad temática: delincuencia urbana-inseguridad”. En Mediados. Sentidos sociales y sociedad a partir de los medios masivos de comunicación. Cuaderno de Trabajo N° 57. Buenos Aires, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos.

  • Rotker, Susana (2000): “Ciudades escritas por la violencia (A modo de introducción). En Ciudadanías del miedo. Caracas, Nueva Sociedad.

  • Barbero, Jesús Martín (2000). “La ciudad: entre medios y miedos. En Rotker, Susana (ed.) Ciudadanías del miedo. Caracas, Nueva Sociedad.

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